Capítulo 2
La casa está sumida en una penumbra opresiva, con muebles desgastados y un aire de desolación. Alejandro entra tímidamente y se encuentra con su padre, un hombre de mirada crítica y voz autoritaria, quien está sentado en una silla junto a la mesa de la cocina.
Padre de Alejandro: (con un tono despectivo) ¿Y bien?, ¿qué tal tu día en la escuela?
Alejandro intenta ocultar su ansiedad, pero su padre parece haber notado su incomodidad.
Alejandro: (con voz temblorosa) Fue… fue un día normal, papá.
Su madre, una mujer con ojos gélidos y un gesto endurecido por años de amargura, se une a la conversación desde el otro lado de la habitación.
Madre de Alejandro: (con frialdad) Normal, dices. ¿Crees que puedes engañarnos con esa farsa?
El nudo en el estómago de Alejandro se aprieta aún más mientras siente el peso del desprecio de sus padres.
Padre de Alejandro: (con voz severa) Si al menos pudieras ser un poco más como esos chicos exitosos de tu escuela. Pero no, tú… tú eres una decepción constante.
Las palabras caen como un martillo sobre Alejandro, aplastando su autoestima y su esperanza. Sus ojos se llenan de lágrimas, pero lucha por mantener la compostura.
Madre de Alejandro: (con gestos despreciativos) ¿Crees que algún día lograrás algo? ¿O seguirás siendo un parásito en esta casa?
Alejandro traga saliva, sintiendo un nudo en la garganta. La conversación se convierte en un flujo constante de insultos y acusaciones, envolviéndolo como un manto oscuro de desprecio y desesperanza.
Su padre lo regañaba por cualquier cosa que encontrara, desde su forma de vestir hasta su elección de amigos en la escuela.
Padre de Alejandro: (gritando) ¡Eres un inútil! ¡No sirves para nada!
Madre de Alejandro: (con desprecio) ¿Crees que alguien te querrá alguna vez? Eres un estorbo.
Las palabras crueles e hirientes penetraban en el corazón de Alejandro, como dagas afiladas que le robaban la esperanza. Los abusos no siempre eran físicos, pero su impacto emocional era devastador. Su padre a veces lo amenazaba con violencia, pero el verdadero tormento residía en la constante humillación y desprecio.
La escena era una pesadilla que se repetía una y otra vez en la vida de Alejandro, un ciclo de abuso y sufrimiento que parecía no tener fin. Mientras enfrentaba la tormenta emocional en su hogar, la sensación de impotencia y desesperación lo envolvía, dejándolo atrapado en un lugar donde la tristeza y el miedo eran sus únicos compañeros.
La habitación de Alejandro era un santuario, pero no uno de alegría o confort. Era un refugio oscuro y solitario que reflejaba su sufrimiento personal. Las paredes estaban pintadas de un azul desvanecido, como si el color se hubiera rendido ante los años de tristeza que la habitación había albergado.
La cama, cubierta por una colcha desgastada, estaba desordenada, como si nunca hubiera sido realmente utilizada. En una esquina, un escritorio desordenado estaba lleno de libros y apuntes, testigos mudos de su dedicación a la escuela como una forma de escapar de la realidad.
La única ventana de la habitación estaba cubierta por cortinas gruesas que impedían que la luz del día se filtrara. La luz entraba tímidamente, pero era insuficiente para iluminar la melancolía que se cernía en el ambiente.
En el centro de la habitación, Alejandro estaba sentado en el suelo, apoyado contra la pared. Sus ojos, una ventana a su alma atormentada, estaban enrojecidos por las lágrimas recientes. Tenía una libreta entre las manos, pero las palabras escritas en sus páginas estaban manchadas de tinta por las lágrimas que habían caído sobre ellas.
El silencio que reinaba en la habitación era ensordecedor, solo interrumpido por el sollozo silencioso de Alejandro mientras luchaba por darle sentido a su vida y encontrar una vía de escape de la oscuridad que lo envolvía.