Cicatrices Invisibles Ep. 4

Cicatrices Invisibles Ep. 4

Capítulo 4

El reloj de la biblioteca marcaba las últimas horas de la tarde cuando Alejandro y Sofía continuaban su conversación animada sobre libros y autores. Habían perdido la noción del tiempo, inmersos en su intercambio de ideas y risas.

Sofía finalmente consultó su reloj y suspiró, dándose cuenta de que tenía que irse a casa.

Sofía: (con una leve sonrisa) Alejandro, ha sido un placer hablar contigo, pero creo que ya es hora de que me vaya. Mi familia se preocupará si llego tarde.

Alejandro: (amable) Claro, Sofía. No hay problema. ¿Necesitas que te acompañe a tomar el transporte?

Sofía se sintió agradecida por la oferta y asintió con una sonrisa.

Sofía: (agradecida) Eso sería amable de tu parte, Alejandro. Gracias.

Ambos recogieron sus pertenencias y se dirigieron hacia la salida de la biblioteca. Mientras caminaban juntos, continuaron charlando sobre sus libros favoritos y las historias que habían encontrado más conmovedoras. La conversación fluía con naturalidad, como si se conocieran desde hacía mucho tiempo.

Al llegar a la parada de autobús, Alejandro notó que Sofía parecía un poco nerviosa.

Alejandro: (preocupado) ¿Estás bien, Sofía?

Sofía: (sonrojada) Sí, solo que no soy muy buena con las despedidas. Ha sido agradable hablar contigo, Alejandro.

Alejandro: (amigable) Lo mismo digo, Sofía. Espero que tengas un buen viaje de regreso a casa.

Sofía sonrió y se despidió con un gesto amable antes de abordar el autobús. Alejandro la observó partir, sintiendo que había conocido a alguien especial en ese día.

A medida que Alejandro se alejaba de la parada de autobús después de despedirse de Sofía, su mundo parecía desvanecerse en tonos grises y oscuros. Sabía lo que le esperaba al llegar a casa: un lugar donde las palabras crueles y los gestos violentos eran moneda corriente. La sombra de la hostilidad familiar se cernía sobre él, oscureciendo su ánimo.

Caminaba por las calles de su vecindario con pasos lentos y pesados, sintiendo el peso de la ansiedad que lo acompañaba siempre que se acercaba a su hogar. Mientras se aproximaba a la puerta de su casa, los recuerdos de innumerables discusiones y castigos se agolpaban en su mente, creando un nudo en su estómago.

La voz de su madre, llena de críticas y desprecio, resonaba en su cabeza, y las palabras hirientes de su padre le martillaban el corazón. El mero pensamiento de cruzar el umbral de la puerta lo llenaba de temor y desesperación.

Cuando finalmente entró en la casa, fue recibido por el silencio ominoso que precedía a la tormenta. Su madre, con una mirada fría en los ojos, y su padre, con gestos amenazantes, lo observaban con expectación.

Su padre, con su mirada crítica y su voz severa, inició un regaño que parecía no tener fin. Su madre, con ojos fríos y gestos despreciativos, se unió al ataque. Los insultos y las acusaciones llenaron la casa, envolviendo a Alejandro como un manto oscuro.

Padre de Alejandro: (con sarcasmo) ¡Bravo, Alejandro! Siempre tan puntual cuando se trata de causar problemas.

Madre de Alejandro: (con voz fría) Mira quién decidió aparecer, justo a tiempo para nuestras visitas.

Alejandro: (con cautela) Lo siento si llegué temprano, madre. Me aseguré de no interrumpir su reunión.

Madre de Alejandro: (con un gesto desdeñoso) Claro, porque nadie quiere verte de todos modos.

Padre de Alejandro: (con voz amarga) ¿Crees que puedes esconderte detrás de tus buenos modales en la escuela? No engañas a nadie, Alejandro.

Alejandro apretó los puños con fuerza, tratando de mantener la compostura mientras sus padres continuaban con sus desprecios. Sabía que cualquier intento de defenderse solo empeoraría las cosas.

Después de la tensa conversación con sus padres, Alejandro se retiró a su habitación, sintiéndose agotado y emocionalmente herido. Sabía que no podía cambiar la situación en su hogar, pero había encontrado una forma de escapar, aunque fuera temporalmente.

Se sentó frente a su computadora, encendió la pantalla y se sumergió en el mundo de su perfil en una red social. Era su refugio virtual, un lugar donde podía expresar sus pensamientos y emociones sin temor a represalias. Comenzó a escribir, dejando que sus dedos se movieran rápidamente sobre el teclado mientras compartía su experiencia del día.

Alejandro (en su publicación): “Otro día en el laberinto de mi vida. A veces, la escuela es el único refugio de la tormenta que es mi hogar. Allí, puedo fingir que todo está bien y que soy feliz. Pero cuando llego a casa, el mundo se vuelve gris y frío. Las palabras hirientes y los gestos crueles son mi realidad cotidiana. A veces me pregunto si alguna vez encontraré un lugar donde realmente pertenezca. Mientras tanto, la biblioteca y estas palabras en la pantalla son mis aliados silenciosos en esta batalla diaria.”

Sus dedos seguían escribiendo, liberando el peso de sus pensamientos y emociones reprimidas. Era un acto de desahogo, una forma de encontrar consuelo en la comunidad virtual que había construido a lo largo del tiempo. Aunque nadie sabía quién era en la vida real, las palabras que compartía en su perfil resonaban con aquellos que habían vivido situaciones similares.

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