Capítulo 6
La mañana siguiente, Alejandro salió de su habitación y encontró a sus padres en la sala, visiblemente afectados por la reunión de la noche anterior. Estaban en un estado de embriaguez, y su mirada perdida indicaba que no estaban en condiciones de interactuar de manera coherente.
Decidiendo evitar cualquier conflicto en casa, Alejandro se preparó rápidamente y salió hacia la escuela sin desayunar. A pesar de su hambre, sabía que estar en la escuela sería un refugio de la caótica dinámica en su hogar.
A medida que el día avanzaba, el hambre en su estómago se volvía cada vez más incómoda. La hora del almuerzo se acercaba, pero Alejandro no tenía nada que comer ni dinero para comprar algo. Sus amigos estaban emocionados por su comida, pero no quería incomodarlos pidiendo prestado.
Optó por alejarse de su grupo de amigos durante la hora del almuerzo, sintiéndose cada vez más solo mientras veía a los demás disfrutar de sus comidas. Encontró un lugar tranquilo en la escuela donde pudo sentarse solo, tratando de ignorar el vacío en su estómago.
Aunque se sentía débil debido a la falta de comida, Alejandro intentó enfocarse en sus estudios y mantenerse ocupado durante el almuerzo. Sabía que debía sobrellevar la situación de la mejor manera posible y esperar a que el día terminara.
Alejandro estaba sentado solo en un rincón tranquilo de la escuela, lidiando con la incomodidad del hambre que lo acosaba. Mientras intentaba mantenerse concentrado en sus estudios, una voz familiar lo sacó de sus pensamientos.
Sofía: (con amabilidad) ¡Alejandro!
Alejandro alzó la mirada y vio a Sofía acercándose con una sonrisa cálida en el rostro. La vio con sorpresa y gratitud, preguntándose por qué ella se acercaba a él.
Sofía: (preocupada) ¿Por qué estás solo aquí? ¿Dónde está tu almuerzo?
Alejandro se sintió un poco avergonzado al responder.
Alejandro: (con sinceridad) Se me olvidó traer dinero hoy para comprar el almuerzo.
Sofía asintió comprensivamente y luego abrió su mochila, sacando una comida casera que había traído de casa.
Sofía: (amablemente) Bueno, no te preocupes. Tengo suficiente para los dos. ¿Quieres compartir mi almuerzo?
Alejandro estaba abrumado por la generosidad de Sofía. Asintió con gratitud mientras una sonrisa se formaba en sus labios.
Alejandro: (agradecido) ¡Gracias, Sofía! Eres muy amable.
Sofía compartió su comida con Alejandro, y mientras comían juntos, conversaron sobre diversos temas.
Mientras Alejandro y Sofía compartían su almuerzo en un rincón tranquilo de la escuela, los ojos curiosos de sus compañeros no pasaron desapercibidos. La noticia de que la introvertida Sofía estaba compartiendo su comida con Alejandro se extendió rápidamente por los pasillos.
Los rumores y las miradas se multiplicaron, creando un zumbido de conversaciones en toda la escuela. Algunos se preguntaban si había algo más que amistad entre Alejandro y Sofía, mientras que otros simplemente estaban sorprendidos por la generosidad de Sofía al compartir su almuerzo.
Estudiante 1: (susurrando) ¿Has oído lo que está pasando entre Alejandro y Sofía? Dicen que ella le preparó un almuerzo especial.
Estudiante 2: (con asombro) ¡No lo puedo creer! Sofía nunca habla con nadie, y ahora está compartiendo su comida con Alejandro.
Estudiante 3: (conjeturando) ¿Será que están saliendo? Parecen llevarse muy bien.
A medida que se tejían teorías y especulaciones en torno a la relación entre Alejandro y Sofía, los dos amigos continuaron disfrutando de su almuerzo y su conversación sin prestar demasiada atención a los rumores que los rodeaban.
Después de compartir un almuerzo agradable y reír juntos, Alejandro y Sofía se despidieron como amigos cercanos. La complicidad que habían desarrollado en tan poco tiempo les había hecho sentir una conexión especial.
Alejandro regresó a su salón de clases, con la esperanza de aprovechar el tiempo restante del día para avanzar en sus tareas y deberes en casa. Sabía que su situación en casa requería que se mantuviera al tanto de sus responsabilidades académicas.
Por otro lado, Sofía, llena de expectativas, se dirigió a la biblioteca después de las clases. Esperaba ver a Alejandro allí, continuar sus conversaciones y tal vez explorar nuevos libros juntos. Pero cuando llegó a la biblioteca y no encontró rastro de él, una sensación de tristeza la invadió.
Sofía se sentó en un rincón de la biblioteca, mirando pensativa hacia las estanterías de libros. Se preguntó por qué Alejandro no había aparecido y si tal vez tenía otras obligaciones o responsabilidades en casa que le impedían quedarse. A pesar de su tristeza, Sofía entendía que cada uno tenía sus propios desafíos y compromisos.
El regreso a casa después de la escuela siempre era un tormento para Alejandro. El mundo que lo rodeaba se volvía gris y opresivo, y sus pasos se volvían más lentos a medida que se acercaba a la puerta de su hogar. Sabía que, en lugar de encontrar refugio y seguridad, lo que le esperaba era una pesadilla.
Al entrar a la casa, el peso de la realidad caía sobre sus hombros. Sus padres, aún bajo los efectos de la bebida de la noche anterior, lo recibieron con miradas de desprecio y reproches.
Padre de Alejandro: (furioso) ¡Mira quién decidió aparecer! ¿Dónde estabas todo el día, vago?
Madre de Alejandro: (con desprecio) Siempre haciéndote el importante en la escuela, ¿verdad? Pero aquí en casa, no sirves para nada.
Las palabras hirientes de sus padres eran solo el comienzo de la pesadilla. Lo maldijeron, lo insultaron y, finalmente, comenzaron los golpes. Alejandro cerró los ojos y trató de soportar el dolor físico y emocional que le infligían.
Padre de Alejandro: (gritando) ¡Eres una vergüenza, Alejandro! Nunca serás nada.
Las palabras desgarradoras y los golpes continuaron, y Alejandro se preguntó cuánto más podría soportar. Su casa, que debería ser un refugio, se había convertido en un lugar de tormento.
A pesar de los golpes y los insultos, Alejandro se levantó del suelo con determinación. Sabía que, aunque no podía cambiar la actitud de sus padres, al menos podía cumplir con sus tareas domésticas y evitar así una nueva razón para ser castigado.
Bajo la atenta mirada crítica de sus padres, Alejandro comenzó a limpiar la casa. Barría el suelo, lavaba los platos y realizaba cualquier tarea que le exigieran. Su rostro reflejaba una mezcla de tristeza y resignación, pero estaba decidido a completar sus responsabilidades de la mejor manera posible.
A medida que realizaba las tareas domésticas, los insultos de sus padres continuaban. Cada palabra hiriente era como un cuchillo en su corazón, pero Alejandro mantenía el silencio. No entendía por qué sus padres lo odiaban tanto, por qué le negaban el amor y la comprensión que todo niño merecía.
Cuando terminó de limpiar, su madre lo castigó aún más. Lo encerró en su habitación y cerró la puerta con llave, asegurándose de que no pudiera salir. La cena, al igual que la paz, se le negaba una vez más.
Dentro de su cuarto, Alejandro se sintió atrapado y desamparado. Las lágrimas rodaron por sus mejillas mientras se preguntaba cuándo cambiaría su suerte, cuándo encontraría una salida de esta pesadilla en la que estaba atrapado.
Dentro de su cuarto, encerrado y sin cena, Alejandro sacó su teléfono y comenzó a escribir en sus redes sociales. Decidió compartir su dolor y su sufrimiento, sin ocultar ni una sola palabra. Era su manera de gritar en el silencio virtual, de liberar todo lo que llevaba dentro.
Alejandro: (en su publicación) No sé por qué me odian tanto. No entiendo por qué me lastiman, por qué me insultan y me golpean. No recuerdo haber hecho algo tan terrible como para merecer esto. Mi casa, que debería ser un lugar seguro, se ha convertido en mi peor pesadilla. No puedo soportar más. No sé cuánto tiempo podré aguantar esto.
Las palabras fluían de su corazón herido a través de sus dedos mientras escribía. No tenía miedo de expresar su dolor y su angustia, de compartir su historia con el mundo. Sabía que, a pesar de la crueldad que enfrentaba, no estaba solo.
En la casa de Sofía, la cena transcurría de manera tranquila y amorosa. Sus padres y su hermana menor se reunían alrededor de la mesa, compartiendo conversaciones y risas mientras disfrutaban de la comida. Sin embargo, Sofía tenía una expresión un tanto melancólica en el rostro, y su hermana menor, de manera astuta, notó su cambio de ánimo.
Laura: (juguetonamente) Sofía, ¿qué te pasa? Tienes una cara un poco triste hoy.
Sofía, por lo general reservada, vaciló un momento, pero finalmente decidió compartir sus pensamientos con su hermana menor.
Sofía: (con sinceridad) Bueno, es que conocí a alguien en la escuela. Se llama Alejandro, y es muy amable. Compartimos el almuerzo y hablamos mucho, y estaba esperando verlo en la biblioteca después de clases, pero no apareció.
Laura la miró con curiosidad y una sonrisa traviesa en el rostro.
Laura: (entusiasmada) ¡¿Alejandro?! ¿Un amigo nuevo? ¿Es lindo?
Sofía sintió que su rostro se sonrojaba mientras asentía.
Sofía: (sonriendo tímidamente) Sí, es muy amable y… sí, es guapo.
Su hermana menor la miró con picardía y continuó haciendo preguntas.
Laura: (burlonamente) ¡Oh, oh! ¿te gusta Alejandro Sofía?
Sofía se rió tímidamente, sintiéndose un poco avergonzada.
Sofía: (confesando) No sé si me gusta de esa manera, pero es agradable tener un amigo con el que hablar.
La conversación con su hermana menor la hizo darse cuenta de que Alejandro ocupaba sus pensamientos más de lo que había imaginado.