Capítulo 8
La noche en la que Alejandro se vio obligado a pasar fuera de casa fue una experiencia dolorosa y angustiante. El frío nocturno penetró en sus huesos, dejándolo completamente adolorido. No pudo conciliar el sueño y pasó las horas oscilando entre la incomodidad y la preocupación.
Decidió no regresar a casa, temiendo enfrentar la ira de sus padres y sus abusos. En lugar de eso, optó por quedarse cerca de un parque, donde al menos tenía un poco de privacidad y cierta sensación de seguridad relativa. Pero esa “seguridad” no fue suficiente para proporcionarle un descanso reparador.
Cuando la mañana llegó, Alejandro estaba agotado y su cuerpo se sentía adolorido por la noche helada. Tomó la difícil decisión de no asistir a la escuela ese día. La idea de enfrentar otra jornada escolar después de una noche tan traumática le resultaba abrumadora.
Sofía notó de inmediato la ausencia de Alejandro en la escuela y en la hora del almuerzo. Estaba preocupada y decidió preguntar a sus compañeros si habían visto a Alejandro. Para su sorpresa, nadie sabía dónde estaba y algunos compañeros mencionaron que no lo habían visto en la escuela ese día.
La preocupación se apoderó de Sofía. Su mente se llenó de preguntas sobre el paradero de Alejandro y qué podría haberle sucedido.
Sofía, preocupada por la ausencia de Alejandro en la escuela, decidió tomar la iniciativa y enviarle varios mensajes de texto para asegurarse de que estuviera bien. A medida que pasaba el tiempo y no recibía respuesta, su ansiedad crecía.
Sofía: “Hola, Alejandro. ¿Estás bien? No te vi en la escuela hoy. ¿Qué está pasando?”
Sofía: “Por favor, dime que estás bien. Estoy preocupada. ¿Puedes responder?”
Sofía: “Alejandro, ¿dónde estás? Por favor, háblame. Estoy muy preocupada.”
Sin embargo, lo que Sofía no sabía era que el celular de Alejandro ya no tenía batería. Había estado vagando de un lugar a otro, sin querer regresar a casa después de la noche helada que había pasado. La falta de comunicación entre ellos aumentaba la preocupación de Sofía y su sensación de impotencia.
Sofía estaba sumamente preocupada y su mal humor se había convertido en ansiedad y temor al no saber nada de Alejandro. Recordó una conversación en la que Alejandro le había mencionado algunos lugares que le gustaba visitar después de la escuela. Sin perder tiempo, se puso en camino para buscar a su amigo.
Visitó los tres lugares más cercanos a la escuela, pero no encontró rastro alguno de Alejandro. Su preocupación aumentaba con cada minuto que pasaba sin noticias de él. El temor a que algo le hubiera sucedido la atormentaba.
Finalmente, decidió dirigirse al mirador, uno de los lugares que Alejandro había mencionado en su conversación. Cuando llegó allí, sus ojos se posaron en un joven sentado solo en una banca. Era Alejandro, y el alivio inundó el corazón de Sofía.
Sin perder tiempo, se acercó a él y se sentó a su lado.
Sofía: (con alivio) ¡Alejandro! Estaba tan preocupada. ¿Estás bien?
Alejandro miró a Sofía con sorpresa y luego con gratitud. Su rostro estaba pálido y mostraba signos de fatiga, pero ver a Sofía allí le dio un respiro de alivio.
Alejandro: (agradecido) Sofía… No sabía que vendrías a buscarme.
Sofía: (preocupada) Claro que sí, Alejandro. No contestabas mis mensajes, y todos en la escuela estaban preocupados porque no te habían visto. ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?
Alejandro: (evitando la mirada) Tuve un problema familiar, Sofía. Nada de qué preocuparte, en serio.
Sofía notó que Alejandro evitaba el tema y se preguntó por qué no quería compartir lo que realmente estaba ocurriendo en su vida. Aunque respetaba su decisión de no hablar, sabía que algo no estaba bien y que su amigo necesitaba ayuda.
Sofía: (con determinación) Alejandro, estoy aquí para apoyarte, pase lo que pase. Si en algún momento decides contarme lo que está sucediendo, estaré lista para escucharte. No tienes que enfrentar esto solo.
Sofía, sintiendo la necesidad de brindar apoyo a Alejandro, tomó su mano y lo miró directamente a los ojos. La conexión entre ellos era profunda, y sus miradas comunicaban más que las palabras podrían expresar.
Sofía: (con cariño) Alejandro, estamos en esto juntos. No importa cuán oscuro pueda parecer, siempre estaré aquí para ti.
Alejandro, con gratitud y emoción en sus ojos, respondió abrazándola fuertemente. Sofía correspondió al abrazo con calidez y ternura.
Alejandro: (con voz emocionada) Gracias, Sofía. Tener a alguien en quien confiar significa mucho para mí.
El sol comenzaba a ponerse en el horizonte, teñiendo el cielo con tonos dorados y rosados mientras Alejandro acompañaba a Sofía hasta la parada de autobús. El día había sido lleno de emociones y confesiones, y ambos se sentían más cerca que nunca.
Antes de que el autobús llegara, Sofía se volvió hacia Alejandro, y en un acto completamente inesperado, le dio un abrazo cariñoso. La sorpresa se reflejó en el rostro de Alejandro, pero rápidamente correspondió al abrazo.
El contacto entre sus cuerpos y la cercanía de ese abrazo hizo que ambos sintieran una corriente eléctrica de emoción. Cuando el autobús finalmente se acercó, Sofía sintió que Alejandro tomaba su mano suavemente. Era un gesto tímido, pero cargado de significado.
Sofía, aunque sorprendida, recibió gentilmente el contacto. Ambos se miraron, sus rostros ruborizados y sonrisas tímidas en sus labios. La intensidad del momento era abrumadora, y aunque no dijeron una palabra, sus ojos comunicaban un entendimiento mutuo.
Cuando Sofía finalmente abordó el autobús, su rostro estaba completamente rojo, pero con una sonrisa. La breve pero significativa conexión que habían compartido en ese atardecer quedó grabada en sus corazones mientras el autobús se alejaba.