El Consultorio Del Horror

El doctor Ramírez era el jefe de la unidad de psiquiatría del hospital San José, un prestigioso centro de salud que atendía a cientos de pacientes al día. Ramírez era un hombre respetado y admirado por sus colegas, que lo consideraban un profesional brillante y dedicado. Sin embargo, lo que nadie sabía era que tenía un lado oscuro, que ocultaba tras una fachada de cordialidad y seriedad.

El doctor era un psicópata, que disfrutaba de experimentar con sus pacientes, sin importarle el sufrimiento que les causaba. Él tenía acceso a los expedientes médicos de todos los pacientes del hospital, y seleccionaba a los que le parecían más interesantes para sus fines. Luego, los trasladaba a su unidad, donde los sometía a todo tipo de pruebas y tratamientos, que iban desde electroshock hasta la lobotomía (*era una cirugía que cortaba partes del cerebro para tratar la locura, pero causaba daños irreparables en la mente y la personalidad).

También les cambiaba los medicamentos por otros que alteraban su estado mental, y observaba con curiosidad cómo reaccionaban. El doctor no buscaba curar a sus pacientes, sino satisfacer su morbosa sed de conocimiento.

Llevaba años haciendo esto, sin que nadie se diera cuenta. Los pacientes que morían por sus experimentos eran reportados como casos de suicidio, sobredosis o complicaciones naturales. Sus cuerpos eran incinerados, y sus cenizas eran arrojadas al río. Los pacientes que sobrevivían quedaban en un estado deplorable, y eran devueltos a sus familias o a otras instituciones, donde nadie les creía lo que les había pasado. El doctor tenía el control de todo, y se sentía intocable.

Uno de los pacientes del doctor era un hombre llamado Pedro, que había sido ingresado al hospital por una depresión severa. Pedro era un hombre tranquilo y amable, que había perdido a su esposa e hijo en un accidente de tráfico, y que no encontraba sentido a su vida. El doctor Ramírez lo eligió para su experimento más ambicioso, inyectarle una sustancia que le provocaría alucinaciones y pesadillas, y luego someterlo a una sesión de hipnosis, para intentar acceder a su subconsciente.

El doctor llevó a Pedro a su consultorio, donde le administró la inyección. Pedro empezó a sentir un dolor intenso en el brazo, y luego en todo el cuerpo. Su visión se nubló, y empezó a ver imágenes horribles, como el rostro desfigurado de su esposa y su hijo, que lo acusaban de haberlos matado. Pedro gritó de terror, y trató de escapar, pero el doctor Ramírez lo sujetó con fuerza, y le puso unos auriculares, por donde le hablaba con una voz suave e hipnótica.

—Tranquilo, Pedro, no te va a pasar nada. Solo quiero ayudarte. Quiero que me cuentes lo que ves, lo que sientes, lo que piensas. Quiero que abras tu mente, y me dejes entrar.

Pedro no podía resistirse a la voz del doctor, que le penetraba en el cerebro, y le hacía perder la voluntad. Pedro empezó a hablar, y a contarle todo lo que veía y sentía, sin omitir ningún detalle.

El doctor grababa todo con una cámara, y se deleitaba con el sufrimiento de Pedro. Ramírez pensaba que había logrado su objetivo, y que había descubierto los secretos más profundos de Pedro.

Mientras Pedro seguía con las alucinaciones de su familia desfigurada culpándolo de todo, perdió la cordura completamente, se empezó a golpear la cara con fuerza mientras el doctor se deleitaba con el sufrimiento de su paciente.

En un momento de ira pedro logra divisar una silueta delante de el y se le abalanza ferozmente, empezándolo a golpear sin piedad alguna.

En una habitación alejada, una enfermera en cumplimiento de su deber con sus pacientes escuchaba unos ruidos, curiosa por el origen de ellos decide salir a investigar, al momento de dar la vuelta en el pasillo se escuchan unos gritos desgarradores de auxilio, la enfermera se apresura a la habitación y cuando abre la puerta sus ojos se abren totalmente incapaz de comprender lo que veía.

El doctor yacía en el suelo totalmente golpeado del rostro, estaba inmóvil sobre un gran charco de sangre, arriba de él estaba Pedro con ojos rabiosos, jadiando rápidamente y completamente sudado.

La enfermera rápidamente salió del lugar gritando por ayuda al equipo de seguridad.

Pedro se quedó inmóvil sobre el cuerpo inerte del doctor hasta que llego la policía, y vio la terrible escena que se suscitó. Pedro fue arrestado y llevado a la justicia por el caso de homicidio. También se revelaron los datos escalofriantes sobre el doctor, con las pruebas de sus casos documentados, se evidencio ante el mundo el monstruo que era.

Tiempo después, Pedro estaba sentado en el banquillo de los acusados, esperando el veredicto del jurado. Había pasado un mes desde que mató al doctor, el psicópata que experimentaba con sus pacientes.

El juez entró en la sala, y pidió silencio. Todos se pusieron de pie, y esperaron su palabra. El juez miró al jurado, y les preguntó si habían llegado a un acuerdo. El portavoz del jurado se levantó, y dijo.

—Sí, señor juez. Hemos llegado a un acuerdo.

—¿Cuál es el veredicto? —preguntó el juez.

—El veredicto es, inocente —dijo el portavoz.

Un murmullo se oyó en la sala, y Pedro sintió un alivio inmenso. Había sido absuelto, y era libre. El juez confirmó el veredicto.

—El jurado ha declarado a Pedro no culpable de homicidio, por considerar que actuó en legítima defensa, y que fue víctima de los abusos y crímenes del doctor Ramírez. Pedro queda en libertad, y se le retiran todos los cargos. El caso queda cerrado.

El juez golpeó el martillo, y dio por terminada la sesión.

Pedro salió del edificio, y respiró el aire fresco. Había sido un día largo y duro, pero al fin había terminado. Había sido absuelto de todo cargo, y había hecho justicia por todas las víctimas del doctor Ramírez.

Pedro miró al cielo. Era un día soleado, y el cielo estaba despejado. Pensó en su familia, que había perdido en el accidente. Su esposa y su hijo. Los extrañaba tanto, que le dolía el alma. Pedro les habló en silencio, y les dijo.

—Hola, familia. Soy yo. Espero que estén bien, donde quiera que estén. Quiero decirles que los amo, y que nunca los olvido. También que lo siento, por no haber podido salvarlos. Quiero decirles que estoy bien, que he seguido adelante. Y quiero contarles que he hecho algo bueno, he ayudado a mucha gente.

Pedro sintió una lágrima rodar por su mejilla, y la secó con su mano. Luego, sonrió, y siguió caminando. Pensaba que quizás, su familia lo estaba escuchando, y que talvez, estaban orgullosos de él.

Pedro seguía caminando y se imaginaba el día que se volverían a encontrar y por fin podrían ser felices juntos nuevamente.

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