Un Cuento para Dormir

La habitación estaba iluminada de una suave luz proveniente de una lámpara de noche, proyectando pequeñas sombras en las paredes pintadas de un suave tono celeste. El único sonido que rompía el silencio de la noche era el crujir ocasional de la cama al moverse Sandra, quien se acomodaba para asegurarse de que su hija estuviera cómoda. Afuera, el viento ululaba, haciendo que las ramas de los árboles golpearan suavemente contra la ventana.

Sandra, envuelta en una manta cálida, acariciaba con ternura el cabello de su hija mientras le leía un libro de cuentos. Las páginas crujían al pasarlas, añadiendo una sensación de calidez a la atmósfera tranquila de la habitación. A medida que avanzaba en la historia, su voz adquiría un tono melódico, como si estuviera tejiendo un hechizo con las palabras, mientras describía los paisajes mágicos y los personajes entrañables que habitaban en las páginas del libro.

Detrás de ellas, un estante repleto de libros se alzaba contra la pared, testigos de innumerables historias contadas y momentos de madre e hija. Algunos juguetes dispersos por el suelo añadían un toque de inocencia y alegría a la habitación, recordando que allí residía la magia de la infancia.

En la mesita de noche, una pequeña lámpara de lava emitía destellos de luz intermitentes, pintando el techo con patrones hipnóticos que capturaban la atención de la niña de vez en cuando, aunque su interés principal seguía siendo el relato que su madre le ofrecía con tanto amor.

Cada palabra pronunciada por Sandra resonaba con una profundidad emocional que iba más allá de la mera narración, era como si estuviera transmitiendo una parte de su alma a través de la historia, compartiendo con su hija no solo las palabras impresas en el libro, sino también sus propios sentimientos de amor, protección y esperanza.

Y así, en esa noche fría, el vínculo entre madre e hija se fortalecía aún más, tejido con hilos de cuentos y susurros de amor, creando un refugio seguro donde el mundo exterior quedaba suspendido en el tiempo, mientras ellas se sumergían juntas en el mágico universo de la imaginación.

Sandra cerró el libro con un suspiro suave, dejando que las palabras impresas se desvanecieran en el aire de la habitación, pero su mensaje perduraba en el corazón de ambas. Con cuidado, depositó el libro en la mesita de noche, asegurándose de que quedara en su lugar designado, como si fuera un tesoro precioso que guardaba celosamente.

Después, Sandra se inclinó sobre su hija, la besó con ternura en la frente. En ese gesto de amor maternal, encontraba una fuerza inquebrantable que la sostenía en los momentos más oscuros.

Las palabras brotaron de los labios de Sandra con la misma suavidad con la que había leído el cuento, impregnadas de un amor profundo y sincero que irradiaba desde lo más profundo de su ser. Le confesó a su hija cuánto la quería, palabras de amor que resonaban en la quietud de la habitación como una melodía tranquila en la noche. Le aseguró que siempre estaba presente en su mente y en su corazón, incluso en los momentos más difíciles y desafiantes.

Eres mi ángel, murmuró Sandra con voz temblorosa, como si esas palabras fueran un mantra que repetía para mantener viva la esperanza en su alma. Eres mi luz, mi razón de vivir, continuó, cada palabra cargada de un amor que trascendía las barreras del tiempo y el espacio. No importa lo que pase, siempre estaremos juntas, prometió, aferrándose a la certeza de que su vínculo maternal era más fuerte que cualquier adversidad que pudiera enfrentar.

En la penumbra de la habitación, no hubo respuesta audible por parte de su hija, pero Sandra veía una suave sonrisa en los labios de su hija. Era como si el amor que compartían trascendiera las palabras.

Después de apagar las luces de la habitación, Sandra salió con paso silencioso, como si temiera perturbar la paz que había creado con su hija. El pasillo estaba envuelto en penumbra. Cada paso resonaba en el silencio de la casa.

Al llegar a su habitación, se encontró con la figura reconfortante de su esposo sentado en la cama, con un libro entre las manos. La luz cálida de una lámpara de lectura pintaba su rostro con tonos dorados, destacando los rasgos familiares que tanto amaba. Al verla entrar, Carlos dejó el libro a un lado y le hizo un gesto suave con la mano, invitándola a acostarse a su lado.

Sandra obedeció. Se acomodó entre las sábanas, y Carlos la rodeó con sus brazos con una ternura infinita, como si quisiera protegerla de todo dolor y sufrimiento. Sus palabras, suaves como el susurro del viento en la noche, acariciaron el alma de Sandra mientras le decía palabras dulces y comprensivas.

No te preocupes, murmuró Carlos con voz calmada, mientras secaba las lágrimas que surcaban las mejillas de Sandra. Ella está bien, continuó, sus palabras llenas de una certeza que traía consuelo en medio del dolor. Nos está guiando desde el más allá, añadió, con una fe inquebrantable en el amor que trascendía los límites de la vida y la muerte.

Sandra se aferró al abrazo reconfortante de su esposo, encontrando consuelo en su presencia y en las palabras que compartían en la oscuridad de la noche. Aunque el dolor de la pérdida seguía latente en su corazón, el amor compartido entre ellos era un faro de esperanza que iluminaba su camino, recordándoles que, incluso en los momentos más oscuros, nunca estaban solos.

Sandra se aferró con fuerza al abrazo reconfortante de su esposo, sintiendo la calidez de su cuerpo y el latido constante de su corazón. Cada palabra que pronunciaba resonaba en su alma, como un bálsamo para su dolor. Cuando Carlos le dio un beso tierno en la cabeza, Sandra sintió un destello de gratitud mezclado con el peso abrumador de la tristeza.

Sandra cerró los ojos lentamente, buscando refugio en la oscuridad que la rodeaba. Intentó encontrar el consuelo del sueño, pero su mente estaba plagada de recuerdos y pensamientos que la atormentaban. En la penumbra de sus pensamientos, solo podía visualizar el rostro de su hija, su sonrisa radiante y los ojos llenos de amor que la miraban con infinita ternura.

Suspirando con pesar, Sandra se aferró aún más a su esposo, buscando consuelo en su presencia reconfortante. Aunque el dolor de la pérdida seguía ardiendo en su corazón, sabía que juntos encontrarían la fuerza para seguir adelante, sostenidos por el amor que compartían y los recuerdos preciosos de su hija que nunca desaparecerían. Con ese pensamiento reconfortante, finalmente se dejó llevar por la oscuridad del sueño, sabiendo que su hija viviría para siempre en su corazón.

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