Era la noche de Halloween y Carlos y sus amigos decidieron ir a una casa abandonada que se decía que estaba embrujada. Llevaban linternas, cámaras y disfraces para divertirse y grabar un video de su aventura. Entraron por una ventana rota y empezaron a explorar las habitaciones llenas de polvo y telarañas. Todo parecía normal, excepto por algunos ruidos extraños que escuchaban de vez en cuando.
En una de las habitaciones, encontraron un viejo álbum de fotos con imágenes de una familia que vivía allí hace muchos años. Carlos se fijó en una foto de una niña con un vestido blanco y una sonrisa inocente. Le pareció familiar, pero no sabía por qué. De repente, sintió un escalofrío y se dio cuenta de que la niña era idéntica a su hermana menor, que había muerto en un accidente de coche hace un año.
Carlos se quedó paralizado y soltó el álbum. Sus amigos se asustaron y le preguntaron qué le pasaba. Carlos les mostró la foto y les contó la historia de su hermana. Sus amigos no podían creerlo y pensaron que era una coincidencia muy extraña. Decidieron salir de la casa lo antes posible, pero cuando llegaron al pasillo, se encontraron con una figura fantasmal que bloqueaba el camino.
Era la niña del vestido blanco, pero su rostro ya no era el de una sonrisa inocente, sino el de una mueca malévola. Tenía los ojos rojos y la boca llena de sangre. Les dijo con una voz siniestra: “Hola, Carlos. He venido a buscarte. Quiero que seas mi hermano para siempre”. Y se lanzó sobre ellos con unas garras afiladas.
Carlos y sus amigos gritaron de terror y corrieron hacia la ventana por donde habían entrado. Pero era demasiado tarde. La niña los alcanzó y los desgarró uno por uno, mientras se reía con una risa macabra.
Nadie volvió a saber de ellos.