El carrusel encantado

En un pequeño pueblo en lo profundo de un bosque, había un parque. Era un lugar de risas y alegría durante el día, pero al caer la noche se transformaba en algo mucho más oscuro.

Sandra, una niña curiosa y aventurera de rizos dorados y ojos azules inocentes. Siempre se había sentido atraída por el parque, sus columpios y toboganes la llamaban como sirenas que atraen a los marineros a su perdición.

A pesar de las advertencias de sus padres sobre la siniestra reputación del parque, Sandra no podía resistirse a su encanto.  Una fatídica noche, cuando la luna brillaba por encima de los árboles, Sandra se encontró en la entrada del parque.

El susurro de las hojas le contaban secretos al oído, pero no les prestó atención.

Entró y sus pequeños pies crujieron sobre las hojas caídas del otoño, mientras una brisa fría le producía escalofríos. 

El parque parecía tan diferente por la noche, bañado en un resplandor misterioso que parecía surgir de la nada. Los columpios crujían como movidos por manos invisibles, pero Sandra no se dejó intimidar. Creía que aún había magia en aquel lugar. 

Mientras se adentraba en el parque, algo llamó su atención: un carrusel solitario en un claro. Sus colores vibrantes, se habían apagado con el tiempo y el abandono, pero aún conservaba un aire encantador.

El corazón de Sandra se aceleró de emoción cuando se subió a uno de los caballos pintados y tocó la palanca oxidada.  En cuanto tiró de ella, el carrusel cobró vida con una melodía inquietante. Los caballos empezaron a moverse al ritmo de la música y sus ojos brillaron con una luz antinatural.

La risa de Sandra llenó el aire mientras daba vueltas y vueltas, ajena a la oscuridad que la rodeaba. 

Pero tan rápido como había llegado su alegría, fue sustituida por el miedo cuando se dio cuenta de que no podía parar.

El carrusel giraba cada vez más rápido, haciéndola girar a una velocidad alarmante.

La melodía, antes alegre, se convirtió en una melodía disonante que le chirriaba los oídos.  Los gritos de socorro de Sandra fueron ahogados por el aullido del viento mientras se aferraba desesperadamente al caballo que tenía debajo.

El pánico la consumía al darse cuenta de que estaba atrapada en aquella pesadilla, destinada a dar vueltas en el carrusel durante toda la eternidad.  Y así, en los oscuros rincones del parque, la risa de Sandra aún podía oírse resonando en la noche.

 Un escalofriante recuerdo de una niña que se había aventurado demasiado lejos en un mundo de oscuridad y nunca regresó.

El secreto del parque se había cobrado otra víctima, grabando para siempre su historia de terror en las mentes de aquellos que se atrevían a escuchar.

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio