El Departamento Encantado

Julio estaba emocionado por mudarse a su nuevo departamento. Era pequeño y viejo, pero estaba cerca de la universidad y tenía un precio razonable. Pensó que sería el lugar perfecto para estudiar y vivir solo por primera vez. La luz tenue del pasillo fue lo primero que vio cuando abrió la puerta principal, revelando un espacio modesto pero acogedor.

A medida que exploraba cada rincón, notó el crujir de las tablas del suelo bajo sus pies. Las sombras se movían de manera peculiar, pero atribuyó esas sensaciones a la falta de familiaridad con su nuevo hogar. Los primeros días transcurrieron sin incidentes, y Julio se sumergió en sus estudios, sintiéndose satisfecho con su elección.

Una noche, mientras estaba concentrado en la lectura de sus apuntes, escuchó un suave ruido proveniente de la cocina. Levantó la mirada, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda. Trató de convencerse de que era solo su imaginación, pero los ruidos persistieron, transformándose en risas suaves y misteriosas.

Julio se levantó con cautela y se dirigió hacia la cocina. Al entrar, los sonidos cesaron abruptamente. Miró alrededor, notando que todo estaba en su lugar. Sacudió la cabeza, convenciéndose de que simplemente estaba nervioso por estar solo.

La siguiente tarde, al regresar de la universidad, Julio encontró la puerta de la cocina entreabierta. Intrigado, entró cautelosamente y descubrió que todos los cajones estaban abiertos, los platos rotos por el suelo. La realidad se desdibujó ante sus ojos, dejando en su lugar una sensación inquietante.

Decidió llamar al casero, pero la respuesta fue desconcertante. “Nadie más tiene llave del departamento”, afirmó el casero con confusión. A pesar de sus dudas, colocó trampas para ratones, buscando una explicación lógica.

Pero la situación no hizo más que empeorar. Cada noche, los ruidos se intensificaron, golpes, rasguños y risas suaves llenaban la pequeña morada. Julio se sentía observado, acosado por sombras que parecían moverse en las paredes.

Su cordura se tambaleaba cuando, en un momento de descuido, vio una sombra pasar rápidamente por el espejo del baño. Atribuyó esas sensaciones al estrés de la universidad y estar alejado por primera vez de su familia.

Al día siguiente por la tarde, Julio estaba sentado en su pequeña sala, concentrado en sus apuntes, de repente, una sombra oscura se deslizó desde debajo del sofá. Instintivamente, giró la cabeza y sus ojos se encontraron con una mano emergiendo lentamente. Su corazón dio un salto, y un grito ahogado escapó de sus labios mientras se alejaba bruscamente de la terrorífica visión.

Sin pensarlo dos veces, abandonó el departamento en un estado de pánico. Temblando, se apresuró a bajar las escaleras y corrió hacia la seguridad de la calle.

La decisión de pasar la noche en un hotel fue instantánea. Necesitaba alejarse de ese lugar.

Con el corazón aun latiendo con fuerza, llamó al casero para informarle sobre la horripilante experiencia. Le relató la mano y los eventos paranormales que lo habían obligado a huir. El casero, inicialmente escéptico, se vio obligado a aceptar la gravedad de la situación al escuchar el tono tembloroso de Julio.

Ante la solicitud de Julio de mudarse, el casero, aunque renuente, no tuvo más opción que aceptar. Julio le pidió que retirara sus pertenencias del departamento, y el casero, resignado, accedió a hacerlo al día siguiente.

Al día siguiente, una compañía de mudanzas llegó al edificio para retirar las pertenencias de Julio. Los trabajadores, ajenos a la historia del departamento, comenzaron a cargar las cajas.

Cuando el casero entró a la habitación, la atmósfera cambió abruptamente. Una sensación de frío se apoderó de él, y sombras oscuras danzaban en las esquinas de su visión periférica.

Mientras los trabajadores continuaban con la mudanza, el casero se quedó solo en el cuarto.

De repente, visiones horripilantes comenzaron a nublar su mente. Imágenes de figuras sombrías y rostros se intercalaban con risas malévolas. El aire se volvió pesado con una presencia indescriptible.

Ruidos escalofriantes resonaban a su alrededor: susurros, golpes sordos y pasos que parecían provenir de un lugar que no debería tener nada más que sombras. El casero, atrapado en una pesadilla viva, sintió cómo el miedo y la angustia lo carcomían desde adentro.

Entre gritos, incapaz de soportar la opresión de lo paranormal, el casero comenzó a decir aterrado: “Derriben todo, destruyan todo”. Sus ojos reflejaban el terror que estaba experimentando, y su voz temblorosa resonaba en las paredes desgastadas del departamento.

Los trabajadores, desconcertados y asustados por la transformación repentina del casero, observaban con inquietud. Sin dudarlo, comenzaron a seguir las órdenes frenéticas. Martillos y mazos resonaron, creando una cacofonía de destrucción.

Tan pronto como llegó la maquinaria pesada, la destrucción total del departamento fue una cosa sencilla.

El casero, en un estado casi frenético, guiaba la demolición como si buscara liberar al lugar de la entidad que lo atormentaba. A medida que las paredes caían y el polvo se levantaba, la presión espiritual pareció ceder, como si la destrucción fuera la única manera de liberar la energía negativa que se había acumulado en aquel espacio.

Al final del caos, el departamento yacía en ruinas, pero el casero, aunque exhausto y tembloroso, parecía aliviado. El precio de liberarse había sido alto, pero la necesidad de escapar de las garras de lo desconocido había guiado sus acciones. Los trabajadores abandonaron el lugar con la sensación de haber presenciado algo más allá de la comprensión humana.

Entre los escombros del edificio demolido, las paredes desgarradas y las puertas retorcidas, se revelaban marcas misteriosas que añadían un toque aún más perturbador a la escena. En las paredes, trazos enigmáticos parecían formar patrones que evocaban simbolismos oscuros. Letras y números sin contexto aparente se entrelazaban, creando un mensaje cifrado que desafiaba la lógica convencional.

Las puertas, ahora despojadas de su función original, llevaban inscripciones en un idioma desconocido, como si fueran portadoras de secretos arcanos. Las marcas, garabateadas en la madera desgastada, emanaban una sensación de antigüedad y misterio.

Quienes observaban estas marcas se sentían atraídos por una extraña fascinación y, al mismo tiempo, una incomodidad inexplicable. Las inscripciones parecían contener una historia más profunda, una narrativa que se resistía a ser descifrada por la mente humana.

Con el paso de los días, la sensación opresiva que una vez envolvía el lugar desapareció gradualmente. El terreno donde yacía el antiguo departamento, ahora reducido a escombros, fue vendido por el casero en un intento de alejarse de los eventos paranormales que habían marcado aquel lugar. La normalidad aparente regresó a sus vidas, pero las cicatrices emocionales persistían.

Julio, a pesar de haberse mudado a un nuevo lugar, llevaba consigo la carga psicológica de las experiencias aterradoras que vivió en su primer departamento. Las noches continuaban siendo inquietas, y cualquier ruido extraño lo sumía en un estado de alerta. El episodio dejó una marca indeleble en su percepción de la realidad.

El casero, por su parte, encontró cierto alivio en la venta del terreno. Aunque su vida volvió a una rutina aparentemente normal, el recuerdo de las visiones horripilantes y los eventos sobrenaturales que vivió en el departamento nunca se desvaneció por completo. Aunque intentó dejar atrás aquel capítulo, siempre existía una sombra de temor en su mirada, como si una parte de él siguiera atada a lo desconocido.

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