El Espectro del Cementerio

El viento soplaba entre las lápidas, agitando las hojas de los árboles cercanos como voces inquietantes. Pedro, con su escoba en mano, caminaba entre las filas de tumbas en el Panteón de Guadalupe. La luz del atardecer se filtraba entre las nubes, lanzando sombras alargadas que se posaban bajo las lápidas desgastadas.

Mientras Pedro barría tranquilamente, un escalofrío repentino recorrió su espina dorsal. La brisa gélida llevó consigo una voz apenas perceptible que se mezclaba con el murmullo de las hojas. Pedro, con la mirada fija en la tierra que barría, se detuvo al escuchar la voz que emergía de entre las sombras.

“Pedro…” resonó la voz, suave como el roce de una hoja seca. “Pedro, aquí estoy”.

El barrendero levantó la mirada, sus ojos escudriñando el oscuro rincón del panteón de donde provenía la misteriosa voz. En la penumbra, entre las lápidas sombrías, apenas pudo distinguir una silueta fantasmagórica. La forma parecía esfumarse entre las sombras, pero la voz persistía.

“Por favor, no te vayas. Necesito tu ayuda”, imploró la voz, envuelta en un eco triste.

Pedro tragó saliva, pero no pudo apartar la vista de la figura etérea. Su corazón latía con fuerza, y las palabras se atascaron en su garganta. Pero, su devoción le impulsó a responder:

“¿Quién eres? ¿Qué necesitas?”, preguntó Pedro, con un nudo en el estómago.

“Soy un alma atrapada en este lugar. Mi descanso eterno está lejos, y necesito tu ayuda para encontrar la paz”, murmuró la voz, como el suspiro de un viento lejano.

Pedro se persignó, buscando fuerzas en su fe. Aunque el temor lo sacudía, su compasión hacia las almas en pena lo llevó a avanzar hacia la figura fantasmal.

“Reza por mí, Pedro. Ofrece tus oraciones y libérame de este purgatorio interminable”, suplicó la voz, resonando con una mezcla de esperanza y desesperación.

Los ojos de Pedro reflejaban la incertidumbre mientras asentía con solemnidad. “Haré lo que esté en mis manos para ayudarte”, prometió, sintiendo que había cruzado un umbral desconocido.

“Estoy atrapado aquí por mis pecados. Dame algo de dinero para que cruce al más allá y pueda descansar en paz”.

Pedro, aunque perturbado, sintió compasión por la lamentable situación del espectro. Respiró hondo y se armó de valor antes de preguntar: “¿Dónde estás? ¿Cómo puedo darte el dinero?”

La voz suspiró, casi como un eco etéreo, “Estoy en el nicho número 13. Abre la puerta y verás mi esqueleto. Pon el dinero en mi boca y yo te lo agradeceré”.

Una mezcla de intriga y miedo se apoderó de Pedro. Agarró la linterna con miedo y se dirigió hacia el nicho designado. La noche caía sobre él mientras avanzaba por los senderos angostos entre las tumbas, con el viento pasando por todo su cuerpo.

Al llegar al nicho número 13, Pedro vaciló antes de abrir la puerta. La puerta crujía como si protestara por ser perturbada. Al iluminar el oscuro interior, el resplandor de la linterna reveló el esqueleto desgastado en su sepulcro. Las cuencas vacías de los ojos parecían seguir cada movimiento de Pedro.

La voz del espectro volvió a susurrar: “Por favor, deposita las monedas en mi boca. Será el pasaje para mi redención”.

Pedro tomó una moneda tras otra de su bolsa, sintiendo cómo el aire se volvía más denso con cada moneda depositada en la mandíbula del esqueleto. Con manos temblorosas, colocó la última moneda en su boca huesuda.

Un estremecimiento recorrió su cuerpo, y el espectro emitió un susurro agradecido que reverberó en la cripta.

“Gracias, amigo. Eres muy bondadoso. Vuelve mañana y te daré una recompensa”.

Una sensación cálida de gratitud llenó el corazón de Pedro. Se sintió reconfortado al creer que, de alguna manera, había aliviado el sufrimiento de aquella alma en pena. Con una sonrisa en el rostro, Pedro se retiró del panteón y regresó a su hogar, llevando consigo la sensación de haber hecho una buena obra.

Pedro, movido por la curiosidad y la promesa de una recompensa, regresó al panteón al día siguiente. La atmósfera estaba cargada de expectación mientras se dirigía directamente hacia el nicho número 13. La puerta crujía ligeramente al abrirse, revelando la penumbra que envolvía el esqueleto.

Al iluminar el interior con su linterna, Pedro se sorprendió al ver la sonrisa maliciosa en el rostro descarnado del espectro. En la boca del cráneo, resplandecía un billete de quinientos pesos.

“Toma, amigo. Esta es tu recompensa. Con este dinero podrás hacerme una misa y así me acercaré más al cielo”, dijo el espectro.

Pedro, desconcertado y fascinado, extendió la mano para agarrar el billete. Aunque la extrañeza de la situación lo inquietaba, el anhelo de ayudar al alma en pena prevalecía en su corazón. Guardó el billete en su bolsillo, preguntándose cómo un esqueleto podía tener dinero y, al mismo tiempo, intrigado por el misterio que rodeaba al espectro del cementerio.

“Gracias, eres muy generoso. Volveré mañana y te traeré más dinero”, dijo Pedro al espectro con una mezcla de gratitud y asombro.

El espectro se rio de manera enigmática mientras la puerta del nicho se cerraba lentamente. Pedro, con la mente llena de incertidumbre, se retiró del cementerio, llevando consigo la extraña recompensa.

Los días transcurrían rápidamente para Pedro, quien se sumergía cada vez más en el intercambio con el espectro del cementerio. Cada jornada llevaba consigo el mismo ritual.

Pedro entregaba dinero al nicho número 13, y el espectro, en agradecimiento, le devolvía una cantidad aún mayor. Lo que comenzó como un acto altruista se convirtió en una fuente de riqueza inesperada para Pedro.

Con el tiempo, la vida de Pedro tomó un giro radical. Su modesta existencia se transformó en una opulencia que nunca hubiera imaginado.

Se compró una casa elegante, un carro reluciente y se vistió con la mejor ropa. Sin embargo, la riqueza trajo consigo una transformación en Pedro. La codicia comenzó a oscurecer su corazón, y sus pensamientos se volvieron obsesivos con la acumulación de más y más dinero. La promesa inicial de ayudar al espectro a encontrar la paz se desdibujó en su búsqueda desenfrenada de fortuna.

La oración por las almas de los difuntos, que antes resonaba en su corazón, se desvaneció en el clamor del tintineo de monedas. Pedro se volvió adicto a la búsqueda de riquezas, dejando atrás las enseñanzas que alguna vez guiaron sus acciones. La generosidad que lo definía fue reemplazada por la obsesión por acumular más y más.

El sol descendía en el horizonte cuando Pedro llegó al cementerio. Abrió la puerta del nicho número 13, pero esta vez, la escena que se develó ante él le heló la sangre. El esqueleto, en lugar de la sonrisa maliciosa de antes, tenía una expresión de furia que oscurecía sus cuencas vacías.

“Maldito, me has engañado. No has hecho ninguna misa por mí. Has gastado todo el dinero en tus lujos. Ahora pagarás las consecuencias”, gritó el espectro con una voz que resonaba como el lamento de un alma condenada.

Pedro, atónito y aterrado, intentó retroceder, pero el esqueleto lo agarró por el cuello. Una sensación gélida se apoderó de Pedro mientras era arrastrado hacia el oscuro interior del nicho. Gritó desesperadamente, pidiendo ayuda, pero sus lamentos resonaron en la soledad del panteón, sin respuesta alguna.

El espectro, imbuido por la ira, no mostró piedad. Pedro, indefenso, sentía cómo sus fuerzas se desvanecían mientras el esqueleto apretaba con fuerza, estrangulándolo sin clemencia. Los gritos de Pedro se extinguieron gradualmente en la oscuridad del nicho, reemplazados por el silencio sepulcral del panteón.

Nadie escuchó los últimos suspiros de Pedro, ni presenció el trágico desenlace que se gestó entre los muros del cementerio. El esqueleto, con su furia saciada, cerró la puerta del nicho con un sonido siniestro, dejando tras de sí la evidencia de un pacto roto y las consecuencias de la codicia desmedida.

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