El intercambio de la vida y la muerte

La vida y la muerte eran dos entidades eternas que se encargaban de mantener el equilibrio del universo. Cada milenio, se reunían para conversar sobre sus experiencias y sus deseos. Un día, decidieron hacer un trato, intercambiar sus roles por un tiempo, para saber cómo se sentía el trabajo del otro.

La muerte estaba emocionada por crear vida. Le parecía un acto maravilloso y lleno de significado. Empezó a sembrar semillas de vida en diferentes planetas, observando con fascinación cómo crecían y evolucionaban.

Sentía una alegría inmensa cada vez que veía nacer una nueva forma de vida, y se esforzaba por cuidarla y protegerla. No le importaba si sus creaciones eran buenas o malas, solo quería verlas existir. Se sentía como una madre orgullosa de sus hijos, y les daba todo lo que podía para que fueran felices.

La vida, en cambio, estaba angustiada por quitar vida. Le parecía un acto cruel e injusto. Empezó a recoger las almas de los seres que morían, sintiendo una pena profunda cada vez que lo hacía. No podía soportar ver el sufrimiento y el vacío que dejaba la muerte en los vivos.

Se compadecía de ellos, y a veces los dejaba seguir viviendo, aunque estuvieran enfermos o ancianos. Se sentía como un verdugo que tenía que ejecutar a sus hijos, y les quitaba todo lo que tenían para que fueran infelices.

Pasó el tiempo, y la vida y la muerte se volvieron a encontrar. La muerte estaba radiante, y le mostró a la vida todas las maravillas que había creado. Había llenado el universo de diversidad y belleza, de colores y sonidos, de amor y esperanza. La vida la felicitó, pero también sintió una punzada de envidia. ¿Por qué ella no podía hacer lo mismo? ¿Por qué tenía que ser la mala de la historia?

La vida estaba pálida, y le confesó a la muerte todo lo que había hecho. Había dejado el universo lleno de dolor y caos, de enfermedad y violencia, de odio y desesperación. La muerte la consoló, pero también sintió una oleada de ira. ¿Cómo se atrevía a hacer eso? ¿Cómo podía ser tan irresponsable y egoísta?

Entonces, la muerte tomó las almas errantes que la vida no había podido llevarse, y las condujo al más allá con delicadeza y respeto. La vida la observó con admiración, y se dio cuenta de que la muerte no era tan mala como pensaba. Era necesaria para dar paso a nuevas vidas, para liberar a los seres del sufrimiento, para dar valor a cada momento.

La vida se dio cuenta de que habían cometido un error. Que cada quien tenía su función y su propósito, y que no podían cambiarlo sin alterar el orden natural de las cosas.

Le pidió perdón a la muerte, prometiendo respetar y valorar su trabajo.

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