El Niño de la Pantalla

Carlos era el encargado de limpiar el cine después de que cerrara. Le gustaba su trabajo, aunque a veces se aburría de ver siempre las mismas películas. Una noche, mientras limpiaba la sala 7, donde se proyectaba una película de terror, escuchó un ruido extraño. Era como si alguien estuviera arrastrando algo por el suelo. Carlos pensó que tal vez se había quedado algún espectador dentro y decidió ir a ver.

Entró en la sala y encendió las luces. No había nadie. Solo las butacas vacías y la pantalla en blanco. Carlos se encogió de hombros y siguió con su trabajo. Estaba pasando la aspiradora por el pasillo central cuando volvió a escuchar el ruido. Esta vez, más cerca. Carlos se detuvo y miró hacia atrás. No vio nada, pero sintió un escalofrío. ¿Qué era ese sonido?

De repente, la luz se apagó y la pantalla se encendió. Carlos se quedó ciego por unos segundos, hasta que sus ojos se acostumbraron a la oscuridad. Entonces, vio algo que le hizo temblar de miedo. En la pantalla, había una imagen de un niño pequeño, de unos cuatro años, vestido con una pijama azul. Tenía el pelo rubio y rizado, y unos ojos azules y brillantes que lo miraban fijamente. En su mano, sostenía un oso de peluche.

  • Hola -dijo el niño con una voz dulce-. Me llamo Pedro. ¿Quieres ser mi amigo?

Carlos no podía creer lo que estaba viendo. ¿Era una broma? ¿Alguien había manipulado la película? Miró a su alrededor, buscando alguna cámara oculta o algún altavoz, pero no encontró nada.

  • ¿Estás ahí? -insistió el niño-. No tengas miedo. Solo quiero jugar contigo.

Carlos sintió un nudo en la garganta. No sabía qué hacer. ¿Debía responder? ¿Debía salir corriendo? ¿Debía llamar a alguien?

  • Vamos, no seas tímido -continuó el niño-. Te voy a enseñar un juego muy divertido. Se llama “El juego del oso”. ¿Quieres saber cómo se juega?

Carlos no respondió. Estaba paralizado por el pánico.

  • Es muy fácil -explicó el niño-. Solo tienes que hacer lo que yo diga. Si lo haces bien, te daré un premio. Si lo haces mal, te castigaré.

El niño sonrió y mostró sus dientes. Eran afilados y puntiagudos, como los de un animal.

  • ¿Estás listo? -preguntó el niño-. Empecemos.

Y entonces, Carlos vio que el niño levantaba el oso de peluche y le arrancaba la cabeza de un mordisco.

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio