El Viajero y el Nahual

Era una noche oscura y tormentosa. El viento aullaba entre los árboles, arrancando las hojas secas y las ramas quebradas. El cielo estaba cubierto de nubes negras que ocultaban la luna y las estrellas. La lluvia caía con fuerza, formando charcos y arroyos en el camino de tierra que conducía al pueblo.

Un hombre caminaba por ese camino, envuelto en una capa raída y sucia. Llevaba una mochila al hombro, donde guardaba sus pocas pertenencias: un libro viejo, una navaja, una vela, un fósforo y un amuleto de plata. Su nombre era Mateo, y era un viajero solitario que buscaba refugio para pasar la noche.

Mateo había llegado a esa región hacía unos días, siguiendo el rastro de una leyenda que le había obsesionado desde niño: la leyenda del nahual. Según esa leyenda, había personas que podían transformarse en animales, usando su poder para hacer el bien o el mal. Mateo quería encontrar a uno de esos seres, estudiarlo, comprenderlo, quizás incluso convertirse en uno de ellos.

Pero no había sido fácil. Los lugareños eran reacios a hablar del tema, y los pocos que lo hacían solo le contaban historias de terror y superstición. Le decían que los nahuales eran malvados, que atacaban a los humanos y a los animales, que causaban enfermedades y desgracias, que había que evitarlos a toda costa. Le decían que si quería ver a un nahual, tenía que ir al bosque durante la noche de luna llena, pero que no se lo recomendaban.

Mateo no les hizo caso. Él creía que los nahuales eran seres fascinantes, que tenían un conocimiento secreto de la naturaleza y la magia, que podían enseñarle cosas maravillosas. Él creía que podía encontrar a un nahual amistoso, que lo aceptara como su discípulo, que lo iniciara en su arte. Él creía que podía cumplir su sueño.

Por eso esa noche se había aventurado al bosque, esperando encontrar alguna señal de la presencia de un nahual. Pero no había visto nada más que sombras y siluetas, no había oído nada más que ruidos y susurros. Se había perdido entre los árboles, sin saber cómo volver al camino. Se había mojado hasta los huesos, sin encontrar ningún lugar donde resguardarse. Se había asustado con cada relámpago, cada trueno, cada grito de algún animal nocturno.

Y ahora estaba ahí, caminando sin rumbo por el camino de tierra, buscando alguna luz que le indicara la cercanía del pueblo. Pero no veía nada más que oscuridad. No sabía qué hora era, ni cuánto tiempo llevaba caminando. Solo sabía que estaba cansado, hambriento y frío.

De pronto, vio algo que le llamó la atención: una pequeña cabaña de madera a un lado del camino. Tenía una chimenea humeante y una ventana iluminada por una vela. Parecía acogedora y cálida. Mateo sintió una oleada de alivio y esperanza.

Quizás ahí podría encontrar un lugar donde pasar la noche. Quizás ahí viviera alguien amable y hospitalario. Quizás ahí pudiera descansar y reponer fuerzas.

Mateo se acercó a la cabaña y golpeó la puerta con suavidad.

  • ¿Hay alguien? – preguntó con voz temblorosa.

No hubo respuesta.

Mateo volvió a golpear la puerta con más fuerza.

  • Por favor, necesito ayuda – dijo con más insistencia.

Tampoco hubo respuesta.

Mateo probó a girar el pomo de la puerta y se sorprendió al comprobar que estaba abierta.

  • ¿Hola? – dijo entrando en la cabaña con cautela.

La cabaña era pequeña y sencilla. Tenía una sala con una chimenea encendida, una mesa con dos sillas, una estantería con algunos libros y objetos, y una puerta que daba a otra habitación. En la mesa había un plato con un trozo de pan, un vaso con leche y una vela. En la estantería había un reloj de pared que marcaba las once y media.

Mateo se acercó al plato y al vaso, sintiendo el hambre y la sed que lo atenazaban.

  • ¿Puedo comer algo? – preguntó en voz alta, esperando que alguien le respondiera.

Pero nadie le respondió.

Mateo pensó que quizás el dueño de la cabaña se había ido a dormir y había dejado la puerta abierta por descuido. O quizás había salido a hacer algún recado y volvería pronto. O quizás no le importaría que un extraño entrara en su casa y comiera su comida.

Mateo decidió arriesgarse. Tomó el trozo de pan y le dio un mordisco. Estaba duro y seco, pero le supo a gloria. Luego tomó el vaso de leche y lo bebió de un trago. Estaba tibia y dulce, y le calmó la garganta.

Mateo se sintió mejor. Se sentó en una de las sillas y miró a su alrededor, buscando algo que le distrajera. Vio los libros de la estantería y se levantó para examinarlos. Eran libros antiguos, de tapas gastadas y páginas amarillentas. Tenían títulos como “El libro de los nahuales”, “La magia del nahualismo”, “Los secretos del nahual”.

Mateo no podía creerlo. Había encontrado justo lo que buscaba: una colección de libros sobre los nahuales. Quizás el dueño de la cabaña fuera un experto en el tema, o quizás incluso fuera un nahual él mismo.

Mateo agarró uno de los libros y lo abrió por una página al azar. Era “El libro de los nahuales”, y la página decía:

“El nahual es un ser que puede cambiar su forma a voluntad, adoptando la apariencia de cualquier animal que desee. Para lograrlo, debe poseer un objeto que contenga la esencia del animal elegido, como una pluma, una garra, un colmillo o un pelo.

El nahual debe colocar el objeto sobre su pecho, pronunciar el nombre del animal en náhuatl, y concentrarse en su imagen mental. Entonces, el nahual sentirá cómo su cuerpo se transforma, adquiriendo las características físicas del animal: su piel, su pelo, sus garras, sus dientes, sus ojos, sus orejas, su cola… El nahual podrá entonces moverse como el animal, comunicarse con otros animales de su especie, e incluso usar sus habilidades especiales: volar, nadar, correr, saltar… El nahual podrá revertir su forma cuando quiera, repitiendo el proceso a la inversa.”

Mateo quedó fascinado con lo que leyó. Era exactamente lo que él quería hacer: convertirse en un animal y explorar el mundo desde otra perspectiva. Se preguntó si el dueño de la cabaña tendría algún objeto que le permitiera hacerlo.

Mateo siguió mirando los libros y vio uno que le llamó especialmente la atención: “Los secretos del nahual”. Lo agarró y lo abrió por el índice. Vio capítulos como “Cómo encontrar tu animal guía”, “Cómo protegerte de los nahuales malvados”, “Cómo usar tu poder para el bien o para el mal”.

Mateo sintió curiosidad por ese último capítulo. Lo buscó en el libro y empezó a leer:

“El nahual tiene un gran poder sobre la naturaleza y los seres vivos, pero también una gran responsabilidad. El nahual debe usar su poder para ayudar a los demás, para preservar el equilibrio ecológico, para honrar a los dioses. El nahual debe respetar las leyes del nahualismo, que son:

  • No dañarás a ningún ser vivo sin motivo justificado.
  • No revelarás tu identidad de nahual a nadie que no sea digno de confianza.
  • No abusarás de tu poder para fines egoístas o malvados.
  • No te transformarás en un animal sagrado sin el permiso de los dioses.

El nahual que no cumpla estas leyes se arriesga a sufrir graves consecuencias, como perder su poder, su humanidad o su vida. El nahual que use su poder para el bien o para el mal tendrá que enfrentarse a las recompensas o los castigos que le deparen los dioses, el destino y su propia conciencia.

Existen nahuales de diferentes tipos, según el animal en el que se transforman y la intención con la que lo hacen. Algunos de los más conocidos son:

  • El águila: es el nahual que se transforma en este majestuoso ave, símbolo de libertad, sabiduría y poder. El águila puede volar por los cielos, verlo todo desde las alturas y comunicarse con los dioses. El águila es un nahual noble y valiente, que usa su poder para proteger a los suyos y para cumplir con su misión divina.
  • El jaguar: es el nahual que se transforma en este feroz felino, símbolo de fuerza, agilidad y astucia. El jaguar puede recorrer el bosque, cazar a sus presas y dominar a sus rivales. El jaguar es un nahual orgulloso y salvaje, que usa su poder para satisfacer sus deseos y para imponer su voluntad.
  • El perro: es el nahual que se transforma en este fiel canino, símbolo de lealtad, amistad y servicio. El perro puede acompañar al hombre, ayudarlo en sus tareas y defenderlo de sus enemigos. El perro es un nahual humilde y bondadoso, que usa su poder para servir a los demás y para demostrar su afecto.
  • El coyote: es el nahual que se transforma en este astuto cánido, símbolo de travesura, ingenio y adaptación. El coyote puede sobrevivir en cualquier ambiente, engañar a sus adversarios y divertirse con sus ocurrencias. El coyote es un nahual travieso y pícaro, que usa su poder para burlarse de los demás y para escapar de los problemas.
  • El murciélago: es el nahual que se transforma en este siniestro quiróptero, símbolo de oscuridad, misterio y sangre. El murciélago puede volar por las noches, ocultarse en las sombras y alimentarse de la vida ajena. El murciélago es un nahual malvado y temido, que usa su poder para hacer el mal y para causar terror.

Estos son solo algunos ejemplos de los nahuales que existen, pero hay muchos más. Cada nahual tiene su propia personalidad, su propia historia, su propio destino. Algunos nahuales se llevan bien entre ellos, otros se odian y se enfrentan. Algunos nahuales viven solos, otros forman grupos o familias. Algunos nahuales se revelan al mundo, otros se mantienen ocultos.

Mateo estaba tan absorto en la lectura de los libros que no se dio cuenta de que el tiempo pasaba. Tampoco se dio cuenta de que alguien entraba en la cabaña, silenciosamente, por la puerta trasera. Solo se dio cuenta cuando escuchó una voz grave y ronca que le hablaba desde atrás.

  • ¿Qué haces aquí? – le preguntó la voz.

Mateo se sobresaltó y se giró rápidamente. Vio a un hombre alto y delgado, de piel morena y cabello negro, vestido con una camisa blanca y unos pantalones de mezclilla. El hombre tenía una expresión seria y severa, y unos ojos oscuros y penetrantes. En su mano derecha sostenía una escopeta.

  • ¿Quién eres tú? – le preguntó Mateo, asustado.
  • Soy el dueño de esta cabaña – respondió el hombre – Y tú eres un intruso.
  • Lo siento, no quería molestar – se disculpó Mateo – Estaba buscando un lugar donde pasar la noche y vi la puerta abierta…
  • ¿Y por eso te crees con derecho a entrar en mi casa y a comer mi comida? – lo interrumpió el hombre.
  • No, claro que no, fue un error, yo…
  • ¿Y por eso te crees con derecho a tocar mis libros y a leer mis secretos? – lo volvió a interrumpir el hombre.
  • No, tampoco, fue una curiosidad, yo…
  • ¿Sabes lo que son esos libros? – lo cortó el hombre por tercera vez.
  • Sí, son libros sobre los nahuales – respondió Mateo.
  • ¿Y sabes lo que es un nahual? – le preguntó el hombre.
  • Sí, es un ser que puede transformarse en un animal – respondió Mateo.
  • ¿Y sabes quién soy yo? – le preguntó el hombre.
  • No, no lo sé – respondió Mateo.
  • Pues te lo voy a decir – dijo el hombre con una sonrisa maliciosa – Yo soy un nahual.

Mateo sintió un escalofrío al oír esas palabras. No sabía si el hombre decía la verdad o si solo quería asustarlo. Pero algo en su mirada le hizo pensar que no estaba bromeando.

  • ¿Un nahual? – repitió Mateo con incredulidad.
  • Sí, un nahual – confirmó el hombre – Y tú has cometido un grave error al entrar en mi territorio, al tocar mis cosas y al descubrir mi secreto. Ahora tendrás que pagar las consecuencias.

El hombre levantó la escopeta y apuntó a Mateo.

  • Por favor, no me mates – suplicó Mateo – Yo no quería hacerte daño, solo quería aprender sobre los nahuales…
  • Aprender sobre los nahuales… – repitió el hombre con sarcasmo – Pues vas a aprender más de lo que esperabas. Vas a aprender lo que se siente al ser cazado por uno de ellos.

El hombre bajó la escopeta y la dejó sobre la mesa. Luego sacó de su bolsillo un objeto pequeño y brillante. Era una pluma de águila.

  • ¿Qué vas a hacer? – preguntó Mateo con temor.
  • Vas a ver – dijo el hombre con malicia.

El hombre se quitó la camisa, luego se puso la pluma sobre el pecho y pronunció una palabra en náhuatl:

  • Cuauhtli.(Águila)

Mateo vio con horror cómo el cuerpo del hombre empezaba a cambiar. Su piel se cubrió de plumas blancas y negras, sus brazos se convirtieron en alas, sus manos en garras, su cabeza en pico, sus ojos en órbitas amarillas. En cuestión de segundos, el hombre se había transformado en un águila gigante.

El águila emitió un grito agudo y desplegó sus alas. Luego saltó sobre Mateo y lo atrapó con sus garras. Mateo sintió un dolor insoportable al sentir cómo las garras le desgarraban la carne. Intentó gritar, pero solo pudo emitir un gemido ahogado.

El águila levantó el vuelo, llevándose a Mateo consigo. Mateo vio cómo la cabaña se alejaba, cómo el bosque se hacía más pequeño, cómo el cielo se hacía más grande. Vio cómo el águila lo miraba con una mirada de triunfo y crueldad. Vio cómo el águila abría su pico y se preparaba para darle el golpe de gracia.

Mateo cerró los ojos y esperó el final.

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