El Reloj de Arena

Carlos era un estudiante universitario que tenía una gran pasión por la literatura. Le encantaba leer y escribir, y soñaba con convertirse en un escritor famoso algún día. Sin embargo, tenía un problema: siempre dejaba todo para el último momento. Ya fuera una tarea, un examen o un proyecto, Carlos siempre encontraba una excusa para posponerlo y dedicarse a otras cosas más divertidas, como ver series, jugar videojuegos o salir con sus amigos.

Un día, su profesor de literatura le asignó un trabajo final que consistía en escribir un cuento original de al menos 10 páginas. Carlos se entusiasmó con la idea, pero también pensó que tenía mucho tiempo para hacerlo, ya que el plazo de entrega era dentro de un mes. Así que decidió que empezaría a trabajar en su cuento más tarde, y se fue a su casa a relajarse.

Al día siguiente, Carlos recibió una visita inesperada. Era su abuelo, que había venido de viaje para verlo. Carlos se alegró mucho de verlo, ya que lo quería mucho y hacía tiempo que no lo veía. Su abuelo le trajo un regalo: un reloj de arena antiguo, de metal dorado y cristal, con arena roja en su interior.

  • ¿Qué es esto? – preguntó Carlos, sorprendido.
  • Es un reloj de arena que perteneció a tu bisabuelo – explicó su abuelo -. Él era un gran escritor, y usaba este reloj para medir el tiempo que dedicaba a escribir cada día. Decía que era una forma de motivarse y de no perder el tiempo en cosas sin importancia.
  • ¿En serio? – dijo Carlos, impresionado -. No sabía que tuviera un bisabuelo escritor.
  • Sí, era muy bueno, pero también muy exigente consigo mismo. Por eso, hizo una promesa: cada vez que daba la vuelta al reloj, se comprometía a escribir al menos una página de su obra. Y si no lo hacía, el reloj le castigaría quitándole un día de vida.
  • ¿Qué? – exclamó Carlos, asustado -. ¿Cómo es posible? ¿Eso es una broma?
  • No, es la verdad – afirmó su abuelo -. El reloj tiene un poder mágico, y puede saber si cumples o no tu promesa. Si lo haces, el reloj te premiará dándote más tiempo para vivir y escribir. Pero si no lo haces, el reloj te castigará quitándote un día de vida. Así que ten cuidado con lo que prometes.
  • No puede ser – dijo Carlos, incrédulo -. Eso es imposible. ¿Cómo puede un reloj saber lo que hago o dejo de hacer?
  • No lo sé – admitió su abuelo -. Es un misterio. Pero te aseguro que es cierto. Yo mismo lo comprobé cuando era joven. Una vez, le pedí prestado el reloj a mi padre para probarlo. Le di la vuelta y prometí estudiar para un examen. Pero al final me distraje y no lo hice. Al día siguiente, me sentí muy mal y me fui al médico. Me dijo que tenía una enfermedad grave y que me quedaba poco tiempo de vida.
  • ¿Y qué hiciste? – preguntó Carlos, preocupado.
  • Pues hice lo único que podía hacer: cumplir mi promesa. Estudié como nunca y aprobé el examen. Y al hacerlo, el reloj me devolvió el tiempo que me había quitado. Me curé milagrosamente y desde entonces nunca más volví a tocar el reloj.
  • Vaya – dijo Carlos, impresionado -. Es una historia increíble.
  • Sí, lo es – dijo su abuelo -. Y ahora te la cuento porque quiero que tú también pruebes el reloj. Sé que tienes talento para escribir, pero también sé que eres muy perezoso y procrastinas mucho. Por eso te regalo el reloj, para que te ayude a cumplir tu sueño de ser escritor.
  • Gracias – dijo Carlos, sin saber qué decir -. Pero no sé si quiero usar el reloj. Me da miedo.
  • No tengas miedo – dijo su abuelo -. El reloj no es malo ni bueno. Es solo un instrumento que te ayuda a ser más responsable y disciplinado. Solo tienes que hacer una cosa: cumplir tu promesa. Si lo haces, el reloj te recompensará. Si no lo haces, el reloj te castigará. Así de simple.
  • Bueno – dijo Carlos, dudando -. Lo pensaré.
  • No lo pienses mucho – dijo su abuelo -. El tiempo pasa rápido, y no sabes cuánto te queda. El reloj te lo puede decir.

Dicho esto, su abuelo se despidió de Carlos y se fue. Carlos se quedó solo con el reloj de arena en sus manos, sin saber qué hacer con él. Lo miró con curiosidad y temor, y se preguntó si lo que le había contado su abuelo era verdad o no.

Decidió comprobarlo por sí mismo. Le dio la vuelta al reloj y dijo en voz alta:

  • Prometo escribir una página de mi cuento hoy.

Al hacerlo, sintió un escalofrío. El reloj empezó a contar el tiempo con su arena roja, y Carlos sintió que algo cambiaba en él. Se sintió más motivado y decidido a escribir su cuento. Se sentó frente a su computadora y empezó a teclear.

Escribió sin parar durante una hora, hasta que terminó la primera página de su cuento. La leyó y le gustó. Se sintió orgulloso de sí mismo y satisfecho con su trabajo. Miró el reloj y vio que todavía le quedaba arena en la parte superior. Pensó que había cumplido su promesa y que el reloj le premiaría.

Pero se equivocó.

De repente, el reloj se iluminó y emitió un sonido agudo. Carlos se asustó y lo soltó. El reloj cayó al suelo y se rompió en mil pedazos. La arena roja se esparció por toda la habitación, y Carlos sintió un dolor insoportable en el pecho.

Cayó al suelo, sin poder respirar. Intentó pedir ayuda, pero nadie lo escuchó. Murió solo, rodeado de arena roja.

¿Qué había pasado?

Carlos había incumplido su promesa.

No había escrito una página de su cuento.

Había escrito una página de otro cuento.

El reloj lo sabía.

Y lo castigó.

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