La bruja de Aculco

Hace mucho tiempo, en el Pueblo Mágico de Aculco, vivía una mujer hermosa pero solitaria. Su nombre era María, y su mayor deseo era tener un hijo que la quisiera y la acompañara. Sin embargo, nadie quería casarse con ella, porque se decía que practicaba la magia negra y que tenía un pacto con el diablo. María se sentía triste y enojada, y cada vez se aislaba más del pueblo.

Un día, María decidió recurrir a las fuerzas oscuras para cumplir su sueño. Conocía un hechizo que le permitiría tener un hijo, pero necesitaba el alma de un niño para hacerlo. Así que esperó a que cayera la noche, y salió de su casa con una capa negra y una canasta. Se dirigió al pueblo, donde los niños jugaban en la plaza sin sospechar nada. María se acercó a uno de ellos, un niño rubio y de ojos azules, y le ofreció una manzana roja. El niño, inocente, aceptó la fruta y la mordió. Al instante, cayó al suelo sin vida. María lo metió en su canasta y se alejó rápidamente.

Así lo hizo con otros dos niños más, uno moreno y otro pelirrojo. Los tres eran hijos de familias humildes y trabajadoras, que los querían mucho. Cuando María tuvo los tres cuerpos en su canasta, regresó a su casa, que estaba en las afueras del pueblo. Allí, frente a su casa, había un árbol de pirul, que tenía las ramas extendidas como si fueran brazos. María colocó la canasta bajo el árbol y pronunció unas palabras en un idioma extraño. Entonces, el árbol se iluminó con una luz verde y se oyó un trueno.

María sintió un dolor en el vientre y se dio cuenta de que estaba embarazada. Se llenó de alegría y entró a su casa para esperar el nacimiento de su hijo. Pero lo que no sabía era que el árbol había absorbido las almas de los tres niños que había matado, y que los había convertido en parte de él. Los niños estaban atrapados en el árbol, sin poder escapar ni comunicarse con nadie.

Al día siguiente, los habitantes del pueblo se dieron cuenta de que faltaban tres niños. Los buscaron por todas partes, pero no los encontraron. Entonces, recordaron que habían visto a María rondar por la plaza la noche anterior, y sospecharon de ella. Decidieron ir a su casa para interrogarla y ver si sabía algo.

Cuando llegaron a la casa de María, vieron el árbol de pirul frente a ella. Les pareció extraño que tuviera una luz verde y que se moviera como si tuviera vida propia. Se acercaron al árbol y vieron algo que los horrorizó: en el tronco del árbol se podían ver las caras de los tres niños desaparecidos, con expresiones de terror y dolor.

Los habitantes del pueblo se llenaron de rabia e indignación. Sabían que María había hecho algo terrible con los niños, y que los había usado para sus fines malvados. Entraron a su casa con antorchas y hachas, dispuestos a hacer justicia. Allí encontraron a María acostada en su cama, con una barriga enorme. La mujer se despertó al verlos y les gritó que se fueran.

  • ¡Déjenme en paz! ¡Este es mi hijo! ¡Nadie me lo va a quitar! – exclamó María.
  • ¡Mentirosa! ¡Bruja! ¡Asesina! ¡Has matado a nuestros hijos para tener el tuyo! ¡Vas a pagar por lo que has hecho! – le respondieron los habitantes.

Los habitantes arrastraron a María fuera de su casa y la ataron a un poste. Le echaron gasolina y le prendieron fuego. María gritaba de dolor y les pedía clemencia, pero nadie la escuchaba. Solo querían verla morir.

Pero lo que no sabían era que María tenía un poder especial: podía fusionarse con el árbol que había usado para su hechizo. Así que antes de morir quemada, transfirió su alma al árbol, y se convirtió en parte de él. Desde allí, los maldijo a todos.

  • ¡Malditos! ¡Me han quitado la vida y la de mi hijo! ¡Pero no podrán quitarme el árbol! ¡Él es mío y yo soy suya! ¡Y juntos nos vengaremos de ustedes! ¡Los atormentaremos por siempre! – les dijo María desde el árbol.

Los habitantes se asustaron al oír su voz. Uno de ellos se armó de valor y le dio un hachazo al árbol, esperando acabar con ella. Pero entonces, se escuchó el grito de dolor de uno de los niños, y se vio que el tronco sangraba. Los habitantes se dieron cuenta de que habían cometido un error: al quemar a María, habían quemado también al hijo que llevaba en su vientre, y que era inocente. Y al herir al árbol, habían herido también a los niños que estaban dentro de él, y que eran inocentes.

Los habitantes se arrepintieron de lo que habían hecho, pero ya era tarde. Decidieron dejar el árbol en paz, pero juraron no olvidar lo que había pasado. Desde entonces, se dice que por las noches se escuchan los lamentos de los niños y la risa malévola de la bruja. El árbol aún existe y se puede ver la forma de los niños abrazados a él.

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