Pediofobia

No me gusta trabajar de noche, pero no tengo otra opción. Necesito el dinero y este es el único empleo que encontré. Soy guardia de seguridad en una tienda comercial que cierra a las diez de la noche y abre a las ocho de la mañana. Mi turno empieza a las once y termina a las siete. Estoy solo en todo el edificio, excepto por los maniquís que hay en los escaparates y en el interior de la tienda. Ellos son mi única compañía, pero también mi mayor pesadilla.

Desde la primera noche que trabajé aquí, noté algo extraño en ellos. Parecían mirarme fijamente con sus ojos vacíos, como si me vigilaran. A veces, cuando pasaba por delante de ellos, juraría que habían cambiado de posición o de expresión. Otras veces, los encontraba en lugares diferentes a donde los habían dejado. Al principio pensé que era mi imaginación, que el aburrimiento y el sueño me hacían ver cosas. Pero luego me di cuenta de que no era así. Los maniquís se movían. Y lo hacían para acercarse a mí.

Una noche, mientras hacía la ronda por la planta baja, escuché un ruido detrás de mí. Era como si algo se hubiera caído al suelo. Me giré y vi a uno de los maniquís tirado boca abajo, con los brazos extendidos hacia mí. Me quedé paralizado del susto. ¿Cómo había llegado hasta ahí? ¿Quién lo había tirado? No había nadie más en la tienda, solo yo y ellos. Corrí hacia la escalera mecánica para subir al primer piso, pero cuando llegué arriba me esperaba una escena aún más terrorífica. Había decenas de maniquís en el pasillo, formando un círculo alrededor de mí. Todos me miraban con una sonrisa maliciosa, como si se burlaran de mi miedo. Intenté escapar, pero me bloquearon el paso. Estaba atrapado.

Entonces, uno de ellos se movió. Levantó la mano y me señaló con el dedo. Luego abrió la boca y dijo con una voz rasposa:

  • Eres nuestro.

Los demás repitieron lo mismo, como un coro macabro:

  • Eres nuestro.

Sentí un escalofrío que me recorrió la espalda. No podía creer lo que estaba pasando. ¿Cómo era posible que esos muñecos de plástico hablaran y se movieran? ¿Qué querían de mí? ¿Qué iban a hacerme? No quería averiguarlo. Grité con todas mis fuerzas y empujé al maniquí que tenía más cerca. Se tambaleó y cayó al suelo, arrastrando a otros con él. Aproveché el hueco que se había formado y corrí hacia la salida más cercana. Tenía que salir de ahí como fuera.

Pero no fue tan fácil. Por donde quiera que fuera, me seguían los maniquís. Oía sus pasos pesados detrás de mí, sus risas burlonas, sus voces amenazantes. Me perseguían por toda la tienda, tirando productos, rompiendo vitrinas, causando un caos total. No había forma de detenerlos. Eran demasiados y yo estaba solo.

Llegué al final del pasillo y vi la puerta de emergencia. Era mi última oportunidad. Me lancé hacia ella y la abrí con fuerza. La alarma sonó, pero no me importó. Solo quería salir de ese infierno. Salí al estacionamiento y respiré aliviado. Pensé que estaba a salvo, pero me equivoqué.

Cuando miré hacia atrás, vi que los maniquís habían salido también.

Después de una persecución desesperada me rodearon, la tensión y el terror se volvieron insoportables para mí. Finalmente, mi mente y cuerpo sucumbieron al miedo y caí al suelo, perdiendo el conocimiento.

Cuando finalmente recobré la conciencia, estaba tendido en el suelo de la tienda. Mi corazón latía descontrolado, y mi cuerpo estaba empapado en sudor. Miré a mi alrededor y me di cuenta de que todo había sido una pesadilla, un espeluznante sueño del que finalmente había despertado. Aliviado, me puse de pie y decidí ir al baño para lavar mi rostro y recobrar la calma.

Cuando me miré al espejo, el alivio que había sentido desapareció de inmediato. Mi reflejo no era el de un ser humano, sino el de un maniquí. Mis ojos eran ahora vacíos, mi piel plástica y sin vida.

Pánico e incredulidad se apoderaron de mí.

Entonces, una voz susurró detrás de mí: “Eres nuestro”.

Me volteé para encontrarme cara a cara con un maniquí que había tomado vida, y detrás de él, otros se movían lentamente hacia mí. El horror se apoderó de mí mientras las voces de los maniquís resonaban en mi cabeza y mi cuerpo se convertía en plástico. No había escapatoria de esta pesadilla que se había convertido en mi realidad.

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