La Leyenda de la Difunta Correa

Era el año 1830 y en Argentina se libraba una guerra civil entre unitarios y federales. En un rancho de San Juan, vivía una pareja de gauchos, Deolinda Correa y Clemente Bustos, con su hijo recién nacido. Eran felices y se amaban con pasión, pero su tranquilidad se vio interrumpida cuando un día llegaron al rancho unos soldados de Facundo Quiroga, el caudillo federal, y se llevaron a Clemente a la fuerza para que se uniera a su ejército. Deolinda se desesperó y le rogó que no se lo llevaran, pero fue en vano. Clemente le dio un último beso y le prometió volver pronto.

Deolinda no se resignó a perder a su esposo y decidió seguirlo con su hijo en brazos. Tomó una botella de agua, algunas provisiones y se puso en camino. No sabía dónde iba, solo que tenía que encontrar a Clemente. Caminó durante días y noches por el desierto de San Juan, sin encontrar a nadie que le diera una pista. El sol era implacable y el agua se le acabó pronto. El hambre y la sed la debilitaron, pero no la hicieron desistir. Su amor por Clemente y su hijo la mantenían en pie.

Una tarde, llegó a un lugar llamado Vallecito, cerca de Caucete. Allí había un algarrobo que le ofrecía un poco de sombra. Deolinda se acostó bajo el árbol y abrazó a su hijo. Le pidió a la Virgen que lo protegiera y que le diera leche para alimentarlo. Luego cerró los ojos y se quedó dormida. No volvió a despertar. Había muerto de sed y de hambre.

Tres días después, unos arrieros que pasaban por el lugar vieron el cuerpo de Deolinda y se acercaron a ver qué había pasado. Para su sorpresa, el niño seguía vivo, amamantándose de los pechos de su madre. Los arrieros no podían creer lo que veían. Era un milagro. Enterraron a Deolinda cerca del algarrobo y se llevaron al niño. Le contaron a la gente lo que habían visto y la noticia se difundió por todo el país.

Desde entonces, el lugar se convirtió en un santuario donde la gente le lleva botellas de agua y le pide favores a la Difunta Correa, considerada una santa popular que intercede por los viajeros, las madres y los enfermos. Su culto se extendió por todo el país y también por países vecinos como Chile y Uruguay. Su santuario recibe miles de visitantes cada año, que le agradecen por los milagros recibidos y le dejan ofrendas y testimonios. La Difunta Correa es una figura que representa el amor incondicional de las madres y la fe del pueblo argentino.

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