Sofía La Niña Solitaria

Todo comenzó hace unos meses, cuando la escuela primaria San José recibió a una nueva alumna llamada Sofía. Era una niña muy callada y solitaria, que siempre llevaba su vestido bien planchado y un lazo rojo en el pelo. Nadie sabía nada de su familia ni de su pasado, solo que había llegado de otra ciudad. 

Los demás niños, en su mayoría provenientes de familias acomodadas, no tardaron en notar las diferencias entre Sofía y ellos. Su ropa desgastada y sus zapatos viejos eran evidentes señales de que no pertenecía al mismo mundo que ellos. Al principio, algunos niños simplemente la ignoraban, pero con el tiempo, un grupo de niños comenzaron a hacerle travesuras a Sofía. 

Un día, mientras Sofía estaba sola en el patio durante el recreo, un niño se acercó sigilosamente y le arrebató el lazo rojo de su cabello. Sofía se dio cuenta de inmediato y lo miró con sus ojos llenos de lágrimas. Los otros niños que estaban observando comenzaron a reírse y a burlarse de ella. 

— ¡Mira, mira, le quité el lazo a la pobretona! — gritó el niño, mientras agitaba el lazo en el aire. 

— ¡Devuélveselo, no seas malo! — le dijo una niña, que se compadecía de Sofía. 

— ¡No, no se lo devuelvo! Es mío ahora, y, además, le queda mejor a mi perro que a ella — respondió el niño, mientras se alejaba corriendo. —

Otro niño colocó disimuladamente un chicle en su cabello, mientras sus amigos observaban, conteniendo la risa. Sofía sintió un tirón, y al agarrar su cabeza, descubrió la pegajosa sustancia que había quedado atrapada en su cabello. Intentó quitársela, pero solo logró enredar más su pelo. Puso una cara de angustia, mientras los niños se burlaban de ella. 

— ¡Qué asco, tiene un chicle en el pelo! — exclamó una niña, mientras se tapaba la nariz. 

— ¡Qué tonta, no sabe ni cuidarse el cabello! — dijo otra niña, mientras se peinaba con orgullo su melena rubia. 

— ¡Qué fea, parece un monstruo! — agregó otro niño, mientras le hacía muecas. 

Una niña, aprovechó la oportunidad para empujar a Sofía con fuerza, haciéndola tropezar y caer al suelo. Las risas se intensificaron, y Sofía luchó por ponerse de pie, con su carita enrojecida por la humillación. Se limpió el polvo de su vestido, y se dirigió a la puerta de la escuela, con la esperanza de encontrar algún refugio. 

A pesar de su continua lucha contra el acoso y las burlas de sus compañeros, los maestros parecían ignorar su sufrimiento. La razón detrás de esta negligencia estaba envuelta en la influencia de las familias acomodadas de los niños que la molestaban. 

Durante meses, los niños habían hecho la vida de Sofía un infierno. Las burlas y las humillaciones habían sido su pan de cada día. Los chicos no habían comprendido el sufrimiento que le infligían a Sofía, y ella había ido acumulando ira y resentimiento en su pequeño corazón, como un veneno que se extendía por su alma. Se sentía completamente sola y desamparada en ese entorno hostil. 
 
Una noche en el pequeño cuarto de Sofía, la penumbra envolvía su figura encorvada. La niña, con su uniforme escolar arrugado, sucio y su cabello desordenado, estaba sentada en el borde de su cama, abrazando sus rodillas mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas. Las paredes de su habitación parecían cerrarse a su alrededor, presionándola con el peso de su soledad y desesperación. 

Sofía había llegado a un punto de quiebre. No quería volver a la escuela al día siguiente. Cada día, los crueles niños de San José le hacían la vida imposible, como si se hubieran conjurado para hacer de su existencia un infierno. La humillación, las burlas, el aislamiento habían llevado a esta niña callada a un límite que no podía soportar más. 

Sus lágrimas formaban ríos en sus mejillas, marcando un rastro salado sobre su rostro pálido. El temblor de su cuerpo revelaba el dolor que no podía contener. La resonancia de las risas burlonas y las bromas pesadas que los niños le habían hecho en la escuela se repetían una y otra vez en su mente. 

Fue entonces cuando algo extraordinario sucedió. Un halo oscuro comenzó a envolver su figura encogida en la cama. La energía negativa, la tristeza, rabia y desesperación, adquirió una forma tangible a su alrededor. Sofía, sin darse cuenta, se convirtió en el epicentro de una transformación sobrenatural. Su alma, enredada en la red de emociones corrosivas, se corrompió y retorció, tomando una nueva forma. 

La habitación se llenó de un frío repentino, una bruma oscura se levantó desde el suelo, envolviendo su cuerpo tembloroso. Su ser se volvió etéreo, susurros discordantes llenaron el aire. El rostro de Sofía, ahora distorsionado por una mezcla de emociones turbulentas, reflejaba una determinación oscura y siniestra. 

Sofía, consumida por la ira y el rencor, se había transformado en algo más que humana. La niña atormentada ya no existía. En su lugar, un espectro vengativo se alzaba, un ser impregnado de la esencia misma de su sufrimiento. 

Se encontraba atrapada en un abismo entre el mundo de los vivos y los muertos, una experiencia que la había sorprendido tanto como aterrado. Al principio, Sofía se sintió perdida y desorientada, incapaz de comprender lo que le había sucedido. Su mente, saturada de ira y sed de venganza, comenzó a darse cuenta de la verdad, de la transformación que había sufrido. 

Mientras flotaba en ese espacio etéreo, la conciencia de Sofía se llenó de un torrente de emociones. La confusión inicial fue reemplazada por una sensación de poder inimaginable. Se dio cuenta de que ya no era la niña callada y desamparada que solía ser. Ahora, era un espectro vengativo, un ser incorpóreo que podía moverse sin restricciones y acechar en las sombras. 

Ahora, tenía el poder de hacer justicia por todo el sufrimiento que había soportado. 

Sofía había cambiado, ya no era una niña vulnerable. Se había convertido en una fuerza sobrenatural impulsada por la necesidad de venganza, decidida a hacer que aquellos que la habían lastimado pagaran por sus acciones.  

Esa noche, mientras la luna arrojaba su luz plateada sobre la ciudad, Sofía desapareció misteriosamente.  
 
En la mañana siguiente, la policía y su familia la buscaron por todas partes, interrogando a compañeros de clase y vecinos, pero no encontraron ninguna pista. Los maestros y los padres estaban desconcertados, pensando que tal vez se había escapado o que alguien se la había llevado. 
 
Las puertas crujían, las luces parpadeaban y un viento frio recorría los pasillos cuando Sofía manifestaba su presencia. Los que entraban a la escuela sentían una presencia siniestra y escuchaban susurros de ultratumba que hacían estremecer sus almas. 

Su sed de venganza era insaciable, y los niños que habían sido sus verdugos sentirían en carne propia el terror que habían infligido a Sofía, mientras ella los acechaba desde las sombras, lista para vengarse de una vez por todas. 

Sofía, empezó a hacer que los niños experimentaran lo que ella había sentido en su tiempo en la escuela. Con una voz que parecía provenir de las profundidades del inframundo, los asustaba pronunciando palabras llenas de amargura y furia, los útiles escolares desaparecían o se rompían, la tiza volaba por el aire hasta golpearlos, les ponía chicle en sus cabellos, los empujaba por las escaleras y los hacía ver visiones horribles. El terror se apoderó de ellos mientras Sofía los acosaba con las mismas humillaciones que había sufrido. 

La situación se hizo insostenible, y algunos niños empezaron a faltar a clase o a cambiar de escuela. Los maestros y los padres no entendían qué estaba pasando. 

Pero la verdad era mucho más terrible, y pronto lo descubrirían de la peor manera. 

Cuando acabaron las clases un día, Sofía estaba en el patio. Se sentó en un columpio y empezó a balancearse lentamente, mientras cantaba: 

“Sofía estaba aquí, 

nadie la quería, 

todos le hacían daño, 

pero ella se vengará, 

uno por uno caerán, 

nadie se salvará”. 

Después de un rato la escuela estaba vacía, Sofía terminó de jugar y entró en la sala de profesores, donde había una pizarra con los nombres de todos los alumnos de su salón. Uno por uno los visitó esa noche. 

Al día siguiente, cuando los maestros llegaron a la escuela, se encontraron con una escena indescriptible. En el aula, cada niño que había molestado a Sofía yacía inerte sobre su pupitre, con los ojos abiertos y una expresión de terror en el rostro. En sus manos, sostenían un papel con una palabra escrita: “Perdón”. 

Los maestros fueron a la sala de profesores para alertar a todos, pero al entrar vieron la pizarra manchada de sangre, y los cuerpos sin vida de los maestros en el piso.  

Con la sangre de los maestros Sofía había tachado los nombres de los niños que la habían maltratado. Solo quedaban unos pocos nombres sin tachar, los de los niños que habían sido amables con ella. 

Los maestros aun aterrorizados, oyeron un grito desgarrador desde el patio. Salieron corriendo y vieron a Sofía en el columpio, con el vestido blanco y el lazo rojo. Pero no era la niña que habían conocido: era un espectro pálido y desfigurado, con los ojos vacíos y la boca torcida. 

Sofía los miró con odio y les dijo: 

— ¿Por qué no me protegieron? ¿Por qué no me quisieron? Ahora ya es tarde. Ya no hay marcha atrás. Todos pagarán por lo que me hicieron. —

Y entonces, se lanzó del columpio y se desvaneció en el aire, dejando tras de sí una risa malévola. 

— “Todos lo pagarán”. — 

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