Mi Amiga la Muerte

La muerte se paseaba por las calles de la ciudad, buscando a sus próximas víctimas. No le importaba si eran jóvenes o viejos, ricos o pobres, buenos o malos. Solo le importaba cumplir con su trabajo, que era llevarse las almas de los vivos al otro mundo. A veces, se detenía a observar a las personas que vivían felices, ignorantes de su destino. Sentía una mezcla de curiosidad y envidia por ellos, pero también de compasión y tristeza. Sabía que tarde o temprano tendría que arrebatarles su existencia, y que eso les causaría dolor y sufrimiento. Pero no podía hacer nada para evitarlo. Era la ley de la vida y de la muerte.

Un día, se encontró con una niña que le llamó la atención. Era una niña muy bonita, de cabellos rubios y ojos azules, que jugaba con una muñeca en el parque. La muerte se acercó a ella y le sonrió. La niña no se asustó al verla, sino que le devolvió la sonrisa. La muerte sintió algo extraño en su pecho, algo que nunca había sentido antes. Era una sensación cálida y agradable, como si su corazón latiera por primera vez.

  • ¿Quién eres? – le preguntó la niña.
  • Soy la muerte – respondió ella.
  • ¿La muerte? ¿Qué es eso?
  • Es algo que te lleva cuando dejas de vivir.
  • ¿Y por qué me llevas?
  • Porque es tu hora.
  • ¿Mi hora? ¿Qué significa eso?
  • Significa que tu vida se ha acabado.
  • Pero ¿cómo? Si yo estoy bien, no estoy enferma ni herida.
  • No importa. A veces la vida es así. No tiene sentido ni explicación.
  • ¿Y qué pasará cuando me lleves?
  • No lo sé. Nadie lo sabe.
  • ¿Y no puedo quedarme aquí? Me gusta jugar con mi muñeca y con mis amigos.
  • Lo siento, pero no puedes. Tienes que venir conmigo.

La muerte extendió su mano hacia la niña, esperando que la tomara. Pero la niña se echó a llorar y se abrazó a su muñeca.

  • No quiero irme – sollozó – Tengo miedo.

La muerte sintió un nudo en la garganta. Quería consolar a la niña, pero no sabía cómo. Nunca había tenido que hacerlo antes. Se limitaba a cumplir con su deber, sin importarle los sentimientos de los demás. Pero esta vez era diferente. Esta vez sentía algo por esa niña, algo que no podía explicar ni entender.

  • Por favor, no llores – le dijo la Muerte – No te haré daño. Solo te llevaré a un lugar mejor.
  • ¿Un lugar mejor? – preguntó la niña – ¿Cómo es ese lugar?
  • No lo sé. Pero debe ser bonito y tranquilo.
  • ¿Y podré jugar allí?
  • Tal vez.
  • ¿Y veré a mi mamá y a mi papá?
  • Tal vez.

La muerte no quería mentirle a la niña, pero tampoco quería decirle la verdad.

La verdad era que no sabía nada sobre el más allá, ni siquiera si existía. Solo sabía que tenía que llevarse las almas de los vivos, sin saber qué les esperaba después. Era una tarea ingrata y solitaria, que nadie apreciaba ni comprendía.

La niña dejó de llorar y miró a la muerte con curiosidad.

  • ¿Y tú? ¿También vas al lugar mejor?
  • No – dijo la Muerte – Yo me quedo aquí.
  • ¿Aquí? ¿Sola?
  • Sí.
  • ¿No tienes amigos?
  • No.
  • ¿Ni familia?
  • No.
  • ¿Ni nadie que te quiera?
  • No.

La muerte sintió una punzada en el corazón. Se dio cuenta de lo vacía y triste que era su existencia. Nunca había tenido nada ni nadie que le importara o le hiciera feliz. Solo tenía su trabajo, que era llevarse las almas de los vivos al otro mundo. Pero eso no era suficiente para llenar el vacío que sentía.

  • ¿No te sientes sola? – le preguntó la niña.
  • A veces – admitió la Muerte.
  • ¿Y no te gustaría tener alguien que te acompañe?
  • A veces – repitió la muerte.
  • ¿Y por qué no lo tienes?
  • Porque soy la muerte. Nadie me quiere ni me acepta. Todos me temen y me odian.
  • Yo no te temo ni te odio – dijo la niña – Me pareces buena y amable.

La muerte se sorprendió al oír esas palabras. Nadie le había hablado así nunca. Nadie le había mostrado afecto ni comprensión. Nadie le había hecho sentir especial ni querida.

  • ¿De verdad? – preguntó la muerte.
  • Sí, de verdad – afirmó la niña – Eres mi amiga.

La muerte se emocionó al escuchar eso. Lágrimas de un negro profundo empezaron a deslizarle por su inexistente rostro. Se sintió feliz, por primera vez en su existencia. Se sintió “viva”, por primera vez en su existencia.

  • Gracias – dijo la Muerte – Tú también eres mi amiga.
  • La niña le sonrió y le tendió la mano.
  • Entonces, ¿vamos juntas al lugar mejor?
  • Sí, vamos juntas – aceptó la Muerte.

La muerte tomó la mano de la niña y se la llevó consigo. La Niña no sabía qué le esperaba al otro lado, pero no le importaba. Lo único que le importaba era que no estaría sola. Que tendría a alguien que la acompañara y la quisiera. Que tendría a alguien a quien llamar amiga.

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