La Pesadilla de Cumpleaños

La Pesadilla de Cumpleaños

La Pesadilla de Cumpleaños

La casa de Laura estaba llena de globos de colores brillantes, guirnaldas que colgaban del techo y carteles que anunciaban la celebración del sexto cumpleaños de Santiago. La madre estaba completamente concentrada en su tarea, asegurándose de que cada detalle fuera perfecto para el día especial de su hijo.

El sol de la tarde se filtraba a través de las cortinas, bañando la habitación en una luz dorada. El ambiente era cálido y acogedor, pero a medida que Laura se paraba de vez en cuando para tomar un sorbo de su taza de café, comenzó a sentir una extraña sensación de incomodidad. Un escalofrío recorrió su espalda mientras miraba las decoraciones. Había algo inusual en el aire, una especie de presencia que no podía definir.

Laura decidió que eran solo los nervios, la emoción de preparar la fiesta para su pequeño Santiago. Pero, a medida que continuaba colgando los globos y ajustando las guirnaldas, no podía evitar mirar por encima del hombro, como si alguien la estuviera observando desde las sombras.

La casa de Laura se llenó de risas y voces animadas cuando los invitados comenzaron a llegar. Los niños correteaban por el salón, explorando los globos y los dulces con entusiasmo, mientras los adultos se reunían en pequeños grupos, charlando y disfrutando de la compañía. Laura estaba ocupada saludando a los invitados y asegurándose de que todos se sintieran bienvenidos.

Finalmente, llegó el momento del gran momento. Laura llamó a Santiago, que estaba jugando con sus amigos en el jardín, para que se uniera a la fiesta. Sus ojos se iluminaron de alegría al ver la mesa llena de golosinas y regalos. La sonrisa de su madre y el abrazo que le dio lo llenaron de amor y gratitud.

El cumpleaños de Santiago estaba en pleno apogeo, y todos disfrutaban de la comida, la música y los juegos. Laura estaba radiante de felicidad al ver a su hijo tan emocionado y feliz.

La tarde avanzaba rápidamente, y Laura esperaba ansiosa la llegada de los payasos. Los niños y los adultos estaban emocionados por la actuación que los payasos ofrecerían. Ella recordó la conversación telefónica que había tenido con Bobo y se sintió aliviada por lo económico del servicio, pero una pequeña parte de ella aún se preguntaba si había sido demasiado bueno para ser verdad.

La furgoneta blanca y sucia con el letrero “Payasos Divertidos” estacionó frente a la casa de Laura con un zumbido ominoso. Los tres payasos, Bobo, Tito y Lolo, se bajaron de la furgoneta y se acercaron a la puerta principal con sus maletines grandes y pesados. Cada uno de los maletines tenía un aspecto inusualmente sólido y robusto para contener simplemente trajes, maquillaje y accesorios.

Mientras esperaban en el umbral, los payasos intercambiaron miradas rápidas y furtivas, como si tuvieran un secreto entre ellos. Bobo, el líder, tocó el timbre de manera impaciente, y una sensación de inquietud se apoderó de Laura mientras esperaba en el interior de la casa.

La puerta se abrió lentamente, y Laura miró a los tres payasos con una sonrisa ansiosa. Sin embargo, la sonrisa de los payasos parecía un poco desproporcionada y forzada, y sus ojos detrás de los maquillajes parecían ocultar algo.

Laura les dio la bienvenida a los payasos con una sonrisa, aunque seguía sintiendo una inquietud creciente. Les explicó que los niños estaban impacientes por ver su espectáculo y les indicó que podían usar el garaje para preparar todo. Les recordó que los esperaba en el salón una vez estuvieran listos.

Los payasos asintieron con la cabeza y le agradecieron. Con maletines en mano, entraron al garaje y cerraron la puerta tras ellos. Laura observó cómo se alejaban, con una sensación cada vez más intensa de que algo no estaba bien con estos payasos. La puerta del garaje se cerró con un golpe sordo, y Laura quedó sola en el pasillo, preguntándose qué habría dentro de esos misteriosos maletines y qué tipo de espectáculo estaban a punto de presenciar los niños y los invitados.

Dentro del garaje, la transformación de los payasos comenzó de inmediato. Dejaron de sonreír y sus rostros se volvieron serios. Abrieron sus maletines, revelando los trajes y maquillajes que contenían. Con meticulosidad, comenzaron a vestirse con trajes blancos adornados con lunares rojos, zapatos exageradamente grandes y gorros con pompones. Sus caras, antes inexpresivas detrás del maquillaje, ahora cobraron vida con colores vivos y formas caprichosas. Corazones, estrellas y flores adornaban sus mejillas, ocultando cualquier rastro de humanidad bajo la máscara de payasos alegres y amigables.

Los payasos, con sus trajes y maquillajes recién puestos, continuaron su siniestro ritual en el garaje. No solo habían transformado su apariencia, sino que también sacaron un escalofriante arsenal de armas de sus maletines. Cuchillos, pistolas, hachas y martillos brillaban ominosamente en la penumbra del garaje. Con cuidado y sigilo, escondieron estas armas mortales debajo de sus trajes, dentro de sus zapatos y gorros, como si fueran un conjunto de instrumentos macabros listos para ser utilizados.

Una mirada furtiva y silenciosa se cruzó entre los tres payasos, una señal que indicaba que estaban preparados para llevar a cabo su inquietante plan. Mientras Laura esperaba en el salón, ajena a la amenaza que se cernía en el garaje, los payasos se disponían a llevar a cabo un acto de terror que cambiaría por completo el rumbo de la fiesta de cumpleaños de Santiago.

El salón estaba lleno de risas y risueños niños disfrutando de los juegos, la música y la comida. Laura observaba alegremente a su hijo Santiago, que reía y jugaba con sus amigos, sabiendo que había logrado hacer realidad su deseo de darle el mejor cumpleaños. La madre se sentía satisfecha al ver a Santiago tan feliz y rodeado de cariño.

Sin embargo, cuando Laura miró el reloj y vio que eran las cuatro y media, recordó que era hora de que los payasos comenzaran su espectáculo. Tomando una decisión, se dirigió hacia la puerta del garaje y llamó suavemente.

“¡Chicos! ¡Es hora de que empiece el espectáculo de los payasos! ¡Vengan, los estamos esperando!”, llamó Laura con entusiasmo, esperando que los payasos aparecieran pronto para continuar con la diversión del cumpleaños de Santiago. Lo que ella aún no sabía era que la verdadera naturaleza de los payasos y su inquietante plan estaban ocultos tras la puerta del garaje.

Los payasos, ocultando sus verdaderas intenciones bajo sus disfraces y sonrisas falsas, oyeron la voz de Laura llamándolos. Con una sincronización escalofriante, se colocaron en posición y abrieron la puerta del garaje, emergiendo con una sonrisa ensayada y entusiasta en sus rostros maquillados. Saludaron a Laura con un entusiasmo falso y expresaron su emoción por comenzar el espectáculo.

“¡Hola, Laura! ¡Estamos listos para hacer reír a los niños!”, exclamó Bobo, el líder de los payasos, mientras los otros dos asentían con la cabeza.

Laura les indicó que la siguieran al salón, donde los niños estaban esperando ansiosamente su actuación. Aparentemente complacidos y sin levantar sospechas, los payasos asintieron con la cabeza y la siguieron, cada paso que daban llevándolos un paso más cerca de su siniestro plan, y sin que nadie sospechara su verdadera naturaleza.

Los payasos, Bobo, Tito y Lolo, entraron al salón con una presentación alegre, saludando a los niños con nombres que ocultaban su verdadera identidad. Anunciaron con entusiasmo que habían venido a hacer reír y divertirse con todos. Los niños les dieron una calurosa bienvenida con aplausos y gritos de alegría, encantados de tener a estos misteriosos artistas en su fiesta.

El espectáculo comenzó con una serie de bromas y chistes que hicieron reír a carcajadas a los pequeños. Los trucos de magia y los malabares que los payasos ejecutaron con maestría cautivaron la atención de todos los presentes, incluyendo a Santiago, cuyos ojos brillaban de asombro y diversión. El salón estaba lleno de risas, aplausos y una atmósfera de alegría que Laura había esperado con ansias.

A simple vista, todo parecía ir a la perfección, y los payasos estaban ganándose a la audiencia con su actuación. Sin embargo, bajo sus máscaras de payasos felices y ante los ojos de los niños que se reían, el plan siniestro continuaba desarrollándose, esperando el momento adecuado para revelar su verdadera naturaleza.

A medida que el espectáculo de los payasos continuaba, algo terrible comenzó a revelarse. Las bromas, en lugar de ser inocentes y divertidas, se volvieron crueles y violentas. Los niños, que al principio se habían reído, pronto se encontraron asustados y traumatizados. Los payasos realizaron actos cada vez más horribles y sádicos, transformando la fiesta de cumpleaños en una pesadilla.

Tiraron pasteles en la cara de los niños, cortaron sus cabellos de manera brusca, quemaron sus ropas, pegaron chicles en sus cabellos y llegaron incluso a pincharlos con agujas y darles descargas eléctricas. Los niños, humillados y heridos, comenzaron a llorar y suplicar por ayuda. Algunos intentaron escapar o pedir auxilio, pero los payasos no les permitieron salir y los amenazaron con causarles aún más daño.

La alegría inicial se transformó en pánico y desesperación mientras los niños eran sometidos a un tormento cruel e inimaginable.

La pesadilla alcanzó su punto más oscuro y aterrador cuando Laura finalmente comprendió la terrible verdad de lo que estaba ocurriendo. Desesperada por proteger a su hijo Santiago y detener la masacre que los payasos estaban llevando a cabo, intentó intervenir, pero era demasiado tarde. Los payasos sacaron sus armas, las mismas armas que habían escondido en sus trajes y gorros, y comenzaron a matar a los niños uno por uno con risas macabras y comentarios siniestros.

Laura se da cuenta de lo que está pasando cuando ve a uno de los payasos sacar un cuchillo y clavárselo en el pecho a uno de los niños, que cae al suelo sin vida. Ella se queda paralizada por el horror y la incredulidad. Ella no puede creer que los payasos que contrató para divertir a su hijo sean unos asesinos despiadados.

Laura reacciona y grita, tratando de alertar a los demás adultos que están en la casa. Pero nadie la escucha, porque los payasos han puesto música a todo volumen para tapar los gritos. Laura corre hacia el salón, donde están los niños, y ve una escena grotesca: los payasos están matando a los niños uno por uno, mientras se ríen y hacen comentarios macabros.

Laura busca a su hijo Santiago entre el caos y lo ve escondido debajo de una mesa, temblando de miedo. Ella se acerca a él y lo abraza, tratando de consolarlo. Ella le dice que todo va a estar bien, que ella lo va a proteger, que tienen que escapar de ahí. Ella le dice que lo quiere mucho y que es lo mejor que le ha pasado en la vida.

Los payasos ven a Laura y a Santiago y se dirigen hacia ellos con sus armas. Ellos les dicen que no se molesten en huir, que no hay salida, que van a morir como los demás. Ellos les dicen que son unos invitados especiales, que tienen un regalo para ellos, que van a hacerles un favor. Ellos les dicen que les van a dar el mejor cumpleaños de sus vidas.

Laura se levanta y se enfrenta a los payasos, tratando de defender a su hijo. Les dice que son unos monstruos, que no tienen corazón, que no saben lo que es el amor. Les dice que se alejen de su hijo, que no le hagan daño, que él es inocente. Laura les dice que ella es la culpable, que ella fue la que los contrató.

Los payasos se burlan de Laura y la atacan con sus armas. Le dicen que no les importa quién es culpable o inocente, que solo les importa divertirse.

Los payasos acuchillan a Laura varias veces y la dejan tirada en el suelo, sangrando y agonizando. Santiago ve cómo su madre muere ante sus ojos y llora desconsoladamente. Él le dice que la quiere, que no se vaya, que se quede con él.

Santiago se encontraba debajo de la mesa, temblando de miedo, mientras el caos y la violencia se desataban a su alrededor. Escuchaba los gritos aterrados de los niños y los siniestros golpes de los payasos, y veía la espeluznante escena de sangre y cadáveres esparcidos por el suelo. Sabía que, si permanecía escondido allí, su vida también estaría en peligro.

Los payasos buscan a Santiago por toda la casa, mientras le dicen cosas como “Ven aquí, pequeño, tenemos un regalo para ti” o “No tengas miedo, solo queremos divertirnos”. Santiago se esconde debajo de una mesa y reza para que no lo encuentren. Él sabe que tiene que salir de ahí o morirá.

Santiago salió corriendo de debajo de la mesa con el corazón latiendo desbocado.

Afortunadamente, los payasos no lo vieron en su desesperada huida. Saltó por la ventana y cayó al jardín, pero se levantó rápidamente, sin mirar atrás. Sus ojos recorrieron el entorno en busca de una vía de escape y entonces vio algo que le llenó de esperanza.

Un coche de policía estaba estacionado en la calle, justo frente a su casa. Sin dudarlo, corrió hacia el coche. En su mente, imaginó que alguien debía haber llamado a la policía y que los agentes estaban allí para salvarlo de la pesadilla que había vivido en su propia casa.

Santiago llegó al coche de policía, con el corazón aun latiendo con fuerza, y golpeó la ventana del conductor con desesperación, esperando que alguien en su interior lo viera y lo ayudara. La esperanza de ser rescatado se mezclaba con el miedo y la confusión de la situación, pero sabía que su única oportunidad de sobrevivir dependía de la ayuda que pudiera encontrar en ese coche de policía.

Con el corazón aún palpitante, se da cuenta de que hay un policía en su interior. Con alivio, le pide ayuda, y el policía baja la ventanilla y le sonríe con gentileza. El oficial le asegura a Santiago que no tiene que preocuparse, que él lo protegerá. Acto seguido, abre la puerta del coche, invitándolo a entrar.

El corazón de Santiago latía con fuerza mientras se daba cuenta de lo que estaba sucediendo. Observó con más atención al policía, notando detalles que antes habían pasado desapercibidos. Las cejas gruesas, la nariz roja y los labios exagerados del oficial eran los mismos rasgos característicos de los payasos que habían matado a su madre y a sus amigos. La realidad golpeó con brutalidad: el policía no era quien aparentaba ser, sino otro de los siniestros payasos disfrazados.

Un escalofrío recorrió la espalda de Santiago mientras se daba cuenta de la trampa en la que había caído. Estaba atrapado en el coche con uno de los asesinos disfrazados que había causado la masacre en su casa. La sonrisa macabra del oficial cobraba un nuevo y siniestro significado, y Santiago comprendió que su vida seguía en grave peligro. La pesadilla aún no había terminado, y la amenaza de los payasos estaba más cerca que nunca.

Santiago, aterrorizado, intentó salir del coche, pero se encontró atrapado. El policía disfrazado de payaso le aseguró con malicia que no tenía por qué preocuparse, que él lo protegería. Sin previo aviso, el oficial lo abrazó, ocultando sus verdaderas intenciones.

En un acto de traición y crueldad, el policía desveló un cuchillo y lo clavó en el pecho de Santiago con una frase macabra: “Feliz cumpleaños”. El dolor agudo se apoderó de Santiago, y su respiración se detuvo. La vida del niño se extinguió en los brazos del payaso asesino, y la pesadilla que había comenzado en su fiesta de cumpleaños llegó a su trágico y siniestro final. El oficial, el payaso disfrazado, había completado su horrendo acto, dejando un rastro de muerte y horror a su paso.

La oscuridad había caído sobre la casa donde la fiesta de cumpleaños de Santiago alguna vez había sido una celebración de alegría y risas. Los tres payasos, con las manos manchadas de sangre y corazones oscuros, salieron de la casa, subieron al coche de policía y emprendieron la marcha hacia un destino desconocido.

El coche de policía se alejó lentamente de la escena del horror, con la siniestra certeza de que los payasos planeaban repetir su atrocidad en otro lugar. La noche los cubrió mientras desaparecían en la oscuridad, llevándose consigo el terror y la muerte que habían sembrado en esa fiesta de cumpleaños.

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