Un Sueño que Cambió mi Destino

Julia y Luis iban cantando alegremente en el coche por la carretera. Era un día lluvioso, pero eso no les importaba. Estaban felices de ir a visitar a los abuelos después de tanto tiempo. Julia conducía con cuidado, pero disfrutaba de las canciones con su hijo.

De pronto, una luz cegadora les deslumbró desde el otro lado de la carretera. Un vehículo se le venía encima a toda velocidad sin control. Julia apenas tuvo tiempo de gritar antes de que un estruendo ensordecedor llenara el interior del coche. El sonido del metal chocando contra el metal fue infernal. El cristal se hizo añicos y los airbags se desplegaron.

El mundo se desgarró en un estallido de metal retorcido, y Julia perdió el conocimiento en medio de un caos apocalíptico. El sonido de la lluvia contrastó de manera desgarradora con el caos que la rodeaba.

Varios conductores que presenciaron la escena se detuvieron lo más rápido que pudieron, llamaron a emergencia inmediatamente y se acercaron para ayudar a los heridos.

Lo que vieron al acercarse fue estremecedor, el auto de julia estaba totalmente comprimido por el impacto era imposible sacar a los heridos. Por otro lado, en el otro lado estaba el auto destrozado y el conductor había salido disparado por el parabrisas.

Su cuerpo estaba lleno de fracturas expuestas, fue una escena completamente perturbadora.

Cuando Julia despertó, se encontró en una camilla rodeada de cables y tubos. Estaba en un hospital, en una sala de urgencias. Todo era blanco y frío. Había médicos y enfermeras corriendo de un lado a otro. Julia no entendía nada. Intentó hablar, pero solo salió un gemido. Quería ver a su hijo. ¿Dónde estaba Luis? ¿Estaba bien?

Un médico se acercó a ella con una expresión grave. Le tomó el pulso y le miró a los ojos.

  • Ha tenido mucha suerte de sobrevivir -le dijo con voz seria-. Ha sufrido varias fracturas en las costillas y una conmoción cerebral, pero se recuperará.

Julia sintió un alivio momentáneo. Había sobrevivido. Pero entonces recordó a Luis.

Le buscó con la mirada por la sala, pero no lo vio.

  • ¿Y mi hijo? -preguntó con angustia-. ¿Dónde está mi hijo?

El médico bajó la cabeza y suspiró.

  • Lo siento -dijo-. Su hijo murió en el acto.

Julia no podía creerlo. Era imposible. Su hijo no podía estar muerto. Era un niño lleno de vida, de ilusión, de amor. Su hijo era lo único que le quedaba en este mundo.

Julia sintió que se le rompía el corazón. Un grito desgarrador salió de su garganta.

  • ¡No! ¡No! ¡No! -gritó-. ¡Luis! ¡Luis! ¡Luis!

Julia sintió que el mundo se le venía encima. Las palabras del médico resonaban en su cabeza como un eco cruel e implacable. Su hijo, su pequeño Luis, su razón de vivir, había muerto. No había nada que pudiera hacer para cambiarlo. Era una realidad insoportable.

En la mente de Julia pasaban los momentos felices que había compartido con Luis. Su sonrisa inocente, su risa contagiosa, su abrazo cálido. Recordó sus juegos, sus platicas, sus sueños. Recordó lo último que le dijo, que lo quería más que a nada en el mundo. Todo eso se había esfumado en un instante. Un instante fatal que lo cambió todo.

Quiso gritar, llorar, rebelarse. Pero no pudo. Su cuerpo estaba paralizado, su garganta seca, sus ojos vacíos. Solo sentía un vacío inmenso en su pecho, un agujero negro que se tragaba toda su luz. Quería ver a su hijo, tocarlo, sentirlo. Pero no pudo. Solo pudo ver su cuerpo inerte, cubierto por una sábana blanca que ocultaba su rostro.

No sabía cómo seguir adelante. No sabía si quería seguir adelante. Su vida había perdido todo sentido. Su hijo era su todo. Y ahora no tenía nada.

Cerró los ojos y deseó despertar de esa pesadilla. Pero sabía que no era posible. Sabía que esa era su nueva realidad. Una realidad sin Luis. Una realidad sin color.

Pero lo que Julia no sabía era que su hijo seguía a su lado, aunque ella no pudiera verlo ni oírlo. Se había convertido en un espíritu que podía ver y sentir todo lo que pasaba en el mundo. Y lo único que quería era ayudar a su madre a salir de su dolor.

Luis intentó comunicarse con su madre de muchas formas: le susurraba al oído, le tocaba el hombro, le movía objetos, le dejaba mensajes escritos. Pero Julia no se daba cuenta de nada. Estaba tan sumida en su tristeza que no percibía las señales de su hijo.

Luis era invisible, un fantasma atrapado en el mundo de los vivos.

Quería decirle a su madre que estaba allí, que no se había ido para siempre. Quería abrazarla, consolarla, protegerla. Pero no podía. Solo podía observarla desde la distancia, impotente y desesperado.

Julia seguía llorando en silencio. No podía soportar la idea de vivir sin su hijo. Todo lo demás había perdido sentido. El sol ya no brillaba con tanta intensidad, las flores ya no olían tan bien, la música ya no sonaba tan dulce. Todo era gris y vacío.

Luis seguía intentando comunicarse con ella. Le susurraba al oído palabras de amor y esperanza. Pero nada funcionaba. Julia seguía sumida en su dolor, ajena a todo lo demás.

Luis se sentía cada vez más solo y desesperado. Quería gritarle a su madre que estaba allí, que no se rindiera, que lo intentara una vez más. Pero no podía. Solo podía observarla desde la distancia, impotente y desesperado.

Una noche, Luis decidió hacer algo más drástico. Esperó a que su madre se durmiera y entró en sus sueños. Durante toda la noche le mostró recuerdos de los momentos felices que habían pasado juntos: cuando jugaban en el parque, cuando le leía cuentos, cuando le preparaba su comida favorita, cuando veían películas juntos.

Y luego le habló con su voz dulce y tierna:

  • Mamá no llores por mí. Yo estoy bien. No siento dolor ni miedo. Solo siento amor. Y ese amor te lo envío a ti todos los días.
  • Mamá yo te cuido desde aquí. Te protejo y te guío. Te doy fuerzas y ánimo. Te quiero ver feliz mamá. Por favor no te rindas. Sigue adelante con tu vida. Busca tu felicidad.
  • Yo siempre estaré contigo mamá. En tu corazón y en tu mente. No me olvides, pero tampoco me llores. Sonríe por mí mamá.

Julia se despertó sobresaltada y con lágrimas en los ojos. Pero eran lágrimas diferentes a las que solía derramar. Eran lágrimas de emoción y de gratitud. Por primera vez en mucho tiempo, sintió una chispa de esperanza y de fe. Sintió que su hijo estaba con ella y que la amaba.

El aire estaba denso. La habitación parecía más pequeña, más oscura, más íntima. Julia sentía una presencia a su lado, una presencia cálida y familiar. Era como si su hijo estuviera allí, abrazándola con fuerza, besándola en la frente, diciéndole al oído que todo iba a estar bien.

Julia cerró los ojos y dejó que las lágrimas brotaran libremente. No quería pensar en nada más. Solo quería sentir esa presencia a su lado, esa presencia que le recordaba lo mucho que había amado a su hijo, lo mucho que lo seguía amando.

El tiempo pareció detenerse. Julia no sabía cuánto duró ese momento mágico. Solo sabía que era real, que era verdadero, que era suyo. Y eso le bastaba para seguir adelante.

Julia se levantó de la cama y se miró al espejo. Se vio pálida y demacrada. Se dio cuenta de que tenía que cuidarse y quererse más. Por ella y por su hijo. Se dio un baño, se vistió y salió a la calle.

El sol brillaba con una intensidad inusual. El cielo era azul como un zafiro, sin una sola nube a la vista. El aire era fresco como una brisa de primavera, lleno de aromas dulces y frescos.

Julia sintió una extraña sensación en su pecho, una mezcla de alegría y tristeza, de esperanza y desesperación. Pero sabía que tenía que seguir adelante.

Respiró el aire fresco y sintió el sol en su rostro.

Miró al cielo y sonrió.

Luis la vio desde arriba y también sonrió.

Estaba orgulloso de su madre y feliz por ella. Sabía que había logrado su misión: hacerle ver que la vida seguía adelante, que había cosas por las que valía la pena luchar, que él siempre estaría con ella.

Luis vio a su madre irse y era tiempo de que él también lo hiciera, se dio la vuelta y vio a un mujer hermosa y resplandeciente, con unos rizos dorados y unos ojos azules preciosos.

  • ¿Ya estas listo para ir conmigo? – le preguntó la mujer mientras le tendía la mano gentilmente.
  • ¡Si! Muchas gracias por dejarme ayudar a mi mamá – contestó Luis con una gran sonrisa en el rostro.

Luis le toma la mano y ella se lo lleva mientras le sonreía y platicaban. Poco tiempo después desaparecieron en el cielo azul.

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