El copalquáhuitl: el árbol sagrado que dio origen a las plantas

Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo, cuando los dioses crearon el mundo, había un árbol sagrado llamado copalquáhuitl, que era el más grande y hermoso de todos. Sus ramas se extendían por todo el cielo y sus raíces por toda la tierra. De sus flores brotaba una resina aromática que llenaba el aire de un dulce perfume. El copalquáhuitl era el símbolo de la vida y la armonía entre los seres vivos.

Los dioses cuidaban del árbol y lo alimentaban con su aliento divino. Pero un día, un dios malvado llamado Tezcatlipoca, que era el señor de la noche y el caos, sintió envidia del árbol y quiso destruirlo. Con su poder oscuro, lanzó un rayo sobre el copalquáhuitl y lo partió en dos. El árbol se incendió y sus llamas se propagaron por todo el mundo, causando una gran catástrofe.

Los demás dioses se entristecieron al ver el desastre y trataron de salvar lo que quedaba del árbol. Quetzalcóatl, el dios de la sabiduría y la luz, tomó una rama del copalquáhuitl y la plantó en otro lugar. Con su aliento, le devolvió la vida y le dio una nueva forma. Así nació el maíz, el alimento sagrado de los pueblos mesoamericanos.

Xochiquétzal, la diosa de la belleza y el amor, tomó otra rama del copalquáhuitl y la plantó en otro lugar. Con su aliento, le devolvió la vida y le dio una nueva forma. Así nació el cacao, el regalo dulce de los dioses.

Tláloc, el dios de la lluvia y la fertilidad, tomó otra rama del copalquáhuitl y la plantó en otro lugar. Con su aliento, le devolvió la vida y le dio una nueva forma. Así nació el agave, la planta que da el pulque y el mezcal.

Y así, cada dios tomó una rama del copalquáhuitl y la plantó en otro lugar, creando diferentes plantas que beneficiaron a los humanos. Pero hubo una rama que nadie tomó, porque estaba muy quemada y parecía muerta. Era la rama más cercana al corazón del árbol, donde se concentraba su esencia.

Un día, un humilde campesino pasó por ahí y vio la rama abandonada. Sintió compasión por ella y decidió llevársela a su casa. La plantó en su patio y la regó con agua y cariño. Con el tiempo, la rama se recuperó y brotaron nuevas hojas y flores. De ellas salió una resina aromática que recordaba al perfume del copalquáhuitl original.

El campesino se alegró mucho al ver el milagro y quiso compartirlo con los demás. Cortó un pedazo de resina y lo llevó al templo como ofrenda a los dioses. Al quemarlo, el humo subió al cielo y llegó hasta los oídos de los dioses. Ellos reconocieron el aroma del copalquáhuitl y se emocionaron al saber que aún quedaba una parte de él en la tierra.

Los dioses bendijeron al campesino por su bondad y le revelaron el secreto del copal. Le dijeron que era el alimento de los dioses, que purificaba el ambiente, que alejaba las enfermedades y las malas energías, que atraía la prosperidad y la paz, que facilitaba la comunicación con lo divino y que honraba a los ancestros.

Desde entonces, el campesino difundió el uso del copal entre su pueblo y lo enseñó a sus hijos y nietos. Así se inició la tradición de quemar copal en las ceremonias religiosas, en las ofrendas a los muertos, en las limpias espirituales y en las celebraciones de la vida.

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