Hace muchos años, en un pequeño pueblo de México, vivía una niña llamada María. María era una niña curiosa y aventurera que siempre estaba buscando nuevas emociones y aventuras. Su casa estaba cerca de un antiguo cementerio, que siempre había sido un lugar misterioso para los lugareños.
Un día, mientras exploraba cerca del cementerio, María decidió aventurarse más allá de la verja y entrar al lugar de descanso de los difuntos. La curiosidad la llevó a recorrer las filas de tumbas y mausoleos. Mientras caminaba por los senderos irregulares y las sombras alargadas de las lápidas, María se acercó a una tumba recién excavada que estaba abierta y esperando recibir a su ocupante.
La niña, sin darse cuenta del peligro que representaba, decidió acercarse para ver más de cerca. Pero al dar un paso en la dirección equivocada, perdió el equilibrio y cayó de cabeza en la tumba abierta. La caída fue silenciosa y mortal, y María perdió la vida en ese lugar oscuro y tenebroso.
Cuando su familia se dio cuenta de su ausencia, comenzaron una búsqueda frenética por el pueblo. Finalmente, encontraron la tragedia que había ocurrido en el cementerio. La comunidad entera se conmovió por la terrible pérdida de María, una niña tan joven y llena de vida.
Con el tiempo, las personas comenzaron a relatar extrañas experiencias en el cementerio. Aseguraban que podían escuchar risas infantiles en la distancia y ver una figura vestida de blanco merodeando entre las tumbas por la noche. La leyenda de “La Niña del Cementerio” comenzó a difundirse, y algunos creían que era el espíritu de María, que nunca encontró la paz después de su trágica caída.