El regalo siniestro

El señor Martínez era un coleccionista de arte obsesionado con los cuadros de fantasmas. Había dedicado su vida a buscar y comprar las obras más raras y espeluznantes que retrataban a los espíritus de los muertos. Su casa era una antigua mansión que había convertido en una galería privada, donde guardaba sus tesoros con celo.

Una noche, recibió la visita de un hombre que se presentó como el señor Gómez, un experto en arte sobrenatural. El señor Martínez lo invitó a pasar, intrigado por su visita. El señor Gómez le dijo que venía a ofrecerle un cuadro muy especial, que había encontrado en un mercado de antigüedades. Se trataba de una pintura al óleo que mostraba a dos desconocidos en los oscuros corredores de una galería de cuadros. El señor Martínez se quedó fascinado por el cuadro, que tenía un aire misterioso y siniestro. Le preguntó al señor Gómez cuánto quería por él, y este le respondió que solo deseaba ver su colección.

El señor Martínez accedió, y lo llevó por las diferentes salas de su mansión, donde colgaban los cuadros de fantasmas más variados y escalofriantes. El señor Gómez observaba con atención cada obra, y hacía comentarios elogiosos sobre la calidad y el valor de las mismas. El señor Martínez se sentía halagado y orgulloso, y le contaba las historias que había detrás de cada cuadro. Algunos eran de artistas famosos que habían pintado a sus seres queridos fallecidos, otros eran de aficionados que habían captado con su pincel alguna aparición fantasmal, y otros eran de origen desconocido, pero con una atmósfera inquietante.

Finalmente, llegaron a la última sala, donde el señor Martínez guardaba sus cuadros favoritos. Allí había una pared vacía, donde el señor Martínez pensaba colgar el cuadro que le había traído el señor Gómez. Este le dijo que se lo regalaba, a cambio de que le dejara pasar la noche en la mansión. El señor Martínez aceptó, encantado con el trato. Le dijo que podía dormir en la habitación de invitados, que estaba al lado de la sala. El señor Gómez le agradeció, y le dijo que antes de irse a dormir, quería ver una vez más el cuadro que le había regalado.

El señor Martínez le entregó el cuadro, y lo vio colgarlo en la pared vacía. Luego, le dio las buenas noches, y se fue a su habitación. El señor Gómez se quedó solo en la sala, mirando el cuadro con una sonrisa maliciosa. Entonces, se acercó a la pintura, y tocó con su mano el lienzo. En ese momento, el cuadro se iluminó, y el señor Gómez desapareció, entrando en la escena pintada.

Al día siguiente, el señor Martínez se levantó, y fue a ver al señor Gómez. Al entrar en la sala, se quedó horrorizado al ver que el cuadro había cambiado. Ahora, en lugar de dos desconocidos, había tres. El tercero era el señor Gómez, que miraba con terror a los otros dos, que le sonreían con malicia. El señor Martínez reconoció a los otros dos como los anteriores dueños del cuadro, que habían desaparecido misteriosamente. Entonces, escuchó una voz que salía del cuadro, y que le dijo:

– Este lugar es siniestro. ¿Usted cree en fantasmas?
– Yo no -respondió el señor Martínez, aterrado-. ¿Y usted?
– Yo sí -dijo la voz, que era la del señor Gómez-. Y ellos también.

Y el cuadro se apagó, dejando al señor Martínez solo en la sala, rodeado de los cuadros de fantasmas que lo miraban con burla.

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