El Señor Sonrisas

Había una vez una niña llamada Nicole, una pequeña de cabello oscuro y ojos brillantes, que tenía un osito de peluche llamado Señor Sonrisas. Este tierno compañero de felpa era su fiel confidente, siempre presente en sus aventuras y momentos de juego, incluso cuando Nicole asistía a la guardería.

Sin embargo, en ese lugar aparentemente inocente, acechaba una niña de mirada fría y gestos despiadados que encontraba placer en hacer sufrir a los demás. Esta niña, cuyo nombre no se susurraba más que en temor, había fijado su atención en el Señor Sonrisas, el querido osito de Nicole.

Día tras día, la niña maliciosa se cernía sobre Nicole, arrancando al Señor Sonrisas de sus brazos con una malicia oscura en su mirada. Sus risas burlonas resonaban en el aire mientras desaparecía con el peluche o lo arrojaba con desdén a la distancia. Nicole, una y otra vez, intentaba recuperar a su amigo, pero sus súplicas caían en oídos sordos de adultos que subestimaban la gravedad de la situación “Es un juego de niños”, decían, minimizando las cosas.

La tensión creció gradualmente hasta que un día, la oscuridad se apoderó del corazón de la niña maliciosa. Armada con unas tijeras, la niña tomó al Señor Sonrisas en sus manos y, con una mueca cruel, comenzó a desgarrarlo. El sonido de la tela rasgándose era como un lamento en la guardería, y Nicole, horrorizada, observaba impotente cómo su amigo de felpa era mutilado ante sus ojos.

El horror se apoderó de Nicole mientras la niña malvada continuaba con su acto macabro, cortando la cabeza de Señor Sonrisa con frialdad. Los ojos de la niña parecían destellar con una mezcla de satisfacción y crueldad mientras la felpa se desgarraba y el relleno caía en cascada como lágrimas de un ser querido. Nicole, paralizada por el miedo y la angustia, no podía más que observar en silencio, sus lágrimas mezclándose con las del Señor Sonrisas, mientras su mundo de inocencia se desmoronaba a su alrededor.

Cuando la niña maliciosa terminó su macabra tarea, arrojó al Señor Sonrisas hacia Nicole, quien lo recibió con horror y tristeza. El peluche estaba desgarrado, con su relleno esparcido por todas partes, y su cabeza colgaba inerte. Nicole no podía contener el torrente de lágrimas que brotaba de sus ojos, mientras acunaba con delicadeza lo que quedaba de su mejor amigo entre sus brazos temblorosos.

Desesperada por encontrar consuelo, Nicole buscó el apoyo de su madre, esperando que su abrazo pudiera desvanecer el miedo y la tristeza que la embargaban. Juntas, madre e hija confrontaron a los responsables de la guardería, exigiendo justicia por el tormento infligido a Nicole y su preciado Señor Sonrisas.

Sin embargo, la respuesta de los adultos fue decepcionante, una simple disculpa y la promesa de vigilar más de cerca a la niña problemática. Para Nicole, esta resolución insatisfactoria solo intensificó su sensación de desamparo y vulnerabilidad.

De vuelta en su hogar, Nicole se aferró a su pequeño juego de costura con el cual creaba hermosos vestidos para sus muñecas. Con manos temblorosas pero determinadas, comenzó a coser con cuidado los pedazos desgarrados de la cabeza del Señor Sonrisas. Cada puntada era un acto de resistencia contra el horror que había presenciado, una lucha por devolver la luz a su mundo oscurecido por la maldad.

Finalmente, después de horas de dedicación y lágrimas, Nicole logró recomponer a su amigo de peluche. Aunque las cicatrices seguían visibles, la calidez de su sonrisa había vuelto, reconfortando el corazón destrozado de la niña.

Sin embargo, la oscuridad aún no había terminado con Nicole. Al día siguiente, la niña malvada, consumida por la envidia y la ira al ver a Nicole felizmente reunida con el Señor Sonrisas, volvió a arrebatarle el peluche. Esta vez, sus amenazas resonaron en el aire como un siniestro eco de dolor. Prometió destruir al Señor Sonrisas de tal manera que ni siquiera la habilidad de Nicole con la aguja podría repararlo.

Nicole, paralizada por el miedo y la impotencia, guardó silencio, sintiendo cómo la sombra del terror se extendía sobre ella una vez más. Su corazón latía con fuerza, preguntándose cuánto más podría soportar antes de que el mal devorara por completo su inocencia.

Esa misma noche, mientras la oscuridad envolvía la habitación de la niña maliciosa, una atmósfera pesada y lúgubre se cernía sobre ella. Con las tijeras en mano y una determinación siniestra en sus ojos, se preparaba para desatar su venganza sobre el indefenso osito de peluche. Sin embargo, antes de que pudiera llevar a cabo su macabro plan, algo inexplicable sucedió.

El silencio de la noche fue interrumpido por un susurro escalofriante que parecía surgir de la mismísima felpa del peluche. La niña se quedó paralizada, congelada por el terror, mientras el osito de peluche, con sus ojos de botón fijos en ella, pronunciaba palabras sombrías que resonaban en la habitación como un eco de ultratumba. “Pagarás por hacer llorar a mi mejor amiga”, susurró con una voz que helaba la sangre en las venas de la niña.

Los días pasaron y la niña maliciosa no volvió a la guardería. Sin embargo, en el corazón de Nicole, persistía una sensación de pérdida y preocupación. Extrañaba al Señor Sonrisas y anhelaba tenerlo de vuelta en su compañía.

Una tarde, al regresar a casa, Nicole se encontró con una escena desconcertante. El Señor Sonrisas la esperaba pacientemente en su habitación, acostado en la cama como si nunca se hubiera ido. El corazón de Nicole se llenó de alegría al ver a su querido amigo de vuelta a su lado.

Mientras Nicole dormía plácidamente abrazada de su querido amigo esa misma noche, sus padres permanecían despiertos en su habitación, absortos en las noticias que parpadeaban en la pantalla de la televisión. Un escalofrío recorrió sus cuerpos cuando el presentador anunció un suceso que les heló la sangre en sus venas.

Habían descubierto a una niña en su habitación, su rostro desfigurado por cortes profundos y unas tijeras clavadas en sus manos. La noticia dejó a todos perplejos, sin respuestas, sin explicación. La única pista, un murmullo inquietante que la niña pronunciaba entre sus labios ensangrentados “Ahora seré buena con el Señor Sonrisas”.

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