La Leyenda del Ahuizote

Hace mucho tiempo, cuando los mexicas dominaban el valle de México, había un monstruo que vivía en las aguas del lago de Texcoco. Era el ahuizote, el perro de agua, el espinoso del agua, el sirviente de Tláloc, el dios de la lluvia. El ahuizote tenía la forma de un perro o un coyote, pero con una mano en la cola y espinas en el lomo. Su pelaje era negro como la noche, y sus ojos brillaban como estrellas. Su voz era un aullido que helaba la sangre, y su aliento era un soplo que agitaba las olas.

El ahuizote era el encargado de ahogar a los humanos que Tláloc elegía para su sacrificio. A veces eran pescadores que se aventuraban en el lago, a veces eran guerreros que caían en la batalla, a veces eran nobles que se atrevían a desafiar al dios. El ahuizote los atraía con sus trucos, imitando el llanto de un bebé o el movimiento de los peces, y cuando se acercaban, los agarraba con la mano de su cola y los arrastraba al fondo del agua. Allí, les arrancaba los ojos, las uñas y los dientes, que eran sus partes favoritas. Luego, devolvía los cadáveres a la superficie, donde eran recogidos por los sacerdotes de Tláloc, que los sepultaban con honores en sus templos. Los muertos por el ahuizote eran considerados afortunados, pues se creía que iban al Tlalocan, el paraíso de Tláloc, donde había abundancia de flores, frutos y música.

Pero no todos los mexicas estaban contentos con el ahuizote. Había uno que lo odiaba con toda su alma, y que juró vengarse de él. Era Ahuízotl, el octavo tlatoani o gobernante de los mexicas, que reinó entre 1486 y 1502. Ahuízotl tomó su nombre del monstruo porque era un gran guerrero y un conquistador implacable, que extendió el dominio de los mexicas por gran parte de Mesoamérica. También era un gran devoto de Tláloc, y realizó muchos sacrificios humanos en su honor, especialmente durante la inauguración del Templo Mayor de Tenochtitlán, donde ofreció más de 20 mil prisioneros de guerra.

Ahuízotl tenía una razón para odiar al ahuizote. Cuando era niño, su padre, el tlatoani Axayácatl, lo llevó a pescar al lago de Texcoco. Allí, el ahuizote los atacó, y se llevó a su padre al fondo del agua. Ahuízotl logró escapar, pero no pudo salvar a su padre. Desde entonces, Ahuízotl juró que mataría al ahuizote, y que le haría pagar por su crimen.

Ahuízotl creció con ese propósito, y se convirtió en un hombre valiente y poderoso. Cuando fue elegido tlatoani, se dedicó a expandir el imperio mexica, y a construir obras magníficas, como el Templo Mayor, que era el centro religioso y político de Tenochtitlán. Ahuízotl también se preparó para enfrentar al ahuizote, y reunió a los mejores guerreros y cazadores de su pueblo. Les ordenó que buscaran al ahuizote, y que le tendieran trampas y emboscadas. Pero el ahuizote era astuto y escurridizo, y siempre lograba escapar. Además, el ahuizote contaba con la protección de Tláloc, que lo favorecía y lo defendía.

Así pasaron los años, y Ahuízotl no pudo cumplir su venganza. Se volvió más obsesivo y cruel, y aumentó los sacrificios humanos, esperando ganarse el favor de Tláloc, o al menos, debilitar al ahuizote. Pero nada funcionó, y el ahuizote seguía vivo y libre.

Un día, Ahuízotl decidió que ya no podía esperar más, y que él mismo iría a cazar al ahuizote. Se armó con una lanza y una red, y se dirigió al lago de Texcoco. Allí, se subió a una canoa, y remó hacia el centro del lago, donde se suponía que estaba el ahuizote. Ahuízotl lo llamó con insultos y desafíos, y le dijo que saliera a enfrentarlo. El ahuizote escuchó la voz de Ahuízotl, y reconoció al hijo del hombre que había matado. El ahuizote sintió curiosidad y diversión, y decidió salir a ver qué quería Ahuízotl.

El ahuizote emergió del agua, y se mostró ante Ahuízotl. Era un monstruo enorme y terrible, que hacía temblar el lago con su presencia. Ahuízotl lo vio, y sintió miedo y odio. Sin dudar, lanzó su lanza contra el ahuizote, pero el monstruo la esquivó con facilidad. Luego, Ahuízotl arrojó su red, pero el ahuizote la rompió con sus espinas. El ahuizote se burló de Ahuízotl, y le dijo que era un necio y un arrogante, que no tenía ninguna posibilidad contra él. Ahuízotl se enfureció, y se lanzó al agua, dispuesto a luchar cuerpo a cuerpo con el ahuizote. El ahuizote lo esperó, y lo agarró con la mano de su cola. Ahuízotl se resistió, y trató de liberarse, pero el ahuizote lo apretó con fuerza, y lo arrastró al fondo del agua.

Allí, el ahuizote le arrancó los ojos, las uñas y los dientes a Ahuízotl, y se los comió con deleite. Luego, devolvió el cadáver a la superficie, donde fue encontrado por sus guerreros y sacerdotes, que lo llevaron a Tenochtitlán. Los mexicas lloraron la muerte de su tlatoani, y lo enterraron con honores en el Templo Mayor. Pero también se sorprendieron, pues no sabían si Ahuízotl había muerto por el castigo de Tláloc, o por la recompensa de Tláloc. Algunos pensaron que Ahuízotl había sido elegido por Tláloc para ser su sirviente, y que se había convertido en el nuevo ahuizote. Otros pensaron que Ahuízotl había sido vencido por el ahuizote, y que se había convertido en su alimento. Nadie lo supo con certeza, y la leyenda del ahuizote siguió siendo un misterio.

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio