La niña del pizarrón

Era una noche oscura y tormentosa cuando Lucía llegó a la escuela. Había olvidado su mochila en el aula y quería recuperarla antes de que la cerraran. Entró por la puerta principal y subió las escaleras hasta el tercer piso, donde estaba su clase. El pasillo estaba vacío y silencioso, solo se oía el eco de sus pasos y el sonido de la lluvia golpeando los cristales. Lucía sintió un escalofrío y apretó el paso, deseando salir de allí cuanto antes.

Llegó a su aula y abrió la puerta con cuidado. La luz estaba apagada, pero la luna llena iluminaba el interior con un brillo fantasmal. Lucía buscó su mochila con la mirada y la vio sobre su pupitre. Se acercó a ella y la agarró, aliviada de haberla encontrado. Estaba a punto de salir cuando algo llamó su atención. En la pizarra, había una frase escrita con tiza blanca: “¿Quieres jugar conmigo?”.

Lucía se quedó paralizada, sintiendo un terror inexplicable. ¿Quién había escrito eso? ¿Y por qué? Miró a su alrededor, buscando alguna señal de que alguien estuviera escondido en el aula, pero no vio a nadie. Entonces, escuchó una risa infantil que le heló la sangre. Era una voz de niña, dulce y maliciosa a la vez. Venía de detrás de ella.

Lucía se giró lentamente y se encontró con una figura que le hizo gritar de horror. Era una niña pequeña, de unos seis años, vestida con un uniforme escolar manchado de sangre. Tenía el pelo negro y largo, cubriéndole parte del rostro, y unos ojos negros y vacíos que la miraban fijamente. En su mano, sostenía una tiza blanca.

  • Hola -dijo la niña con una sonrisa macabra-. Me llamo Ana. ¿Quieres jugar conmigo?

Lucía no pudo responder. Estaba paralizada por el miedo, incapaz de moverse o de pedir ayuda. La niña se acercó a ella lentamente, arrastrando los pies por el suelo.

  • Vamos, no seas aburrida -insistió-. Tenemos muchos juegos divertidos. Podemos dibujar en la pizarra, o hacer avioncitos de papel, o jugar al escondite…

La niña se detuvo frente a Lucía y le tocó el brazo con su mano fría y húmeda.

  • O mejor aún -susurró-. Podemos jugar al cuchillo.

Y entonces, Lucía vio que la niña sacaba de su bolsillo un cuchillo afilado y brillante, que reflejaba la luz de la luna.

  • ¿Qué te parece? -preguntó la niña, acercando el cuchillo al cuello de Lucía-. ¿Te apetece jugar conmigo?

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